(268) Alonso Enríquez de Guzmán va a entrar ya de lleno en la primera
batalla de las guerras civiles. Diré de paso que fue de los pocos que se
libraron del desastre porque se volvió pronto a España, aunque, incluso
quedándose, quizá su capacidad de maniobra le habría permitido salvar la vida.
Volveremos a recurrir a Enríquez cuando hable de la muerte de Almagro,
porque la describe con verdadero dramatismo. Pero le voy a permitir ahora un
refinado desahogo: “Después de que el nuevo gobernador (Almagro) prendió al desaforado, soberbio en grado superlativo y
tirano Hernando Pizarro, aquel que, como tengo dicho, ni a Dios ni al Rey tuvo
en mucho, a todos los demás en poco y a
mí menos que a nadie, desde su prisión, me envió un criado suyo o solicitador,
de nombre Francisco de Maldonado, para
halagarme y rogarme que tuviese piedad de él, que no le fuese contrario ni
mirase los sinsabores que me había hecho, sino quien yo era”. Ya vemos que, en
medio de sus exageraciones, está mostrándonos lo que en el Cuzco ocurría. Es de
creer que Hernando estuviera buscando
aliados entre los del bando de Almagro para que le ayudaran a escapar, pero
solo quedaría libre mucho más tarde en un trato nefasto para Almagro. Tampoco
miente Enríquez al mostrar a Francisco de Maldonado como un hombre de confianza
de Hernando Pizarro, pues también lo será de Gonzalo Pizarro en las guerras
civiles, hasta el punto de que lo envió a España con la intención de que le
convenciera a Carlos V de que no estaba actuando como un rebelde a la Corona.
Le
vamos a conceder a DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN el honor de terminar, con las
palabras que acaba de decirnos, esta PRIMERA PARTE DE LA CONQUISTA DE PERÚ. La
segunda parte resultará también apasionante, pero profundamente trágica por la
desastrosa deriva que tomaron las insensatas guerras civiles. Haré uso de
numerosas crónicas y referencias, pero me serviré principalmente de los textos
de PEDRO CIEZA DE LEÓN, porque son extraordinarios.
Aunque volveremos a escuchar a
DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN, como he dicho antes, cuando describa la muerte de Almagro, acentuando la crueldad
de Hernando Pizarro, creo que personaje
tan peculiar, excéntrico, valiente y valioso merece que recordemos el
comentario que le dediqué hace ya mucho tiempo. En
su día, escribí lo siguiente:
(Imagen) DON ALONSO ENRÍQUEZ
DE GUZMÁN se incorporó a la campaña de Perú con mucho retraso, llegando con su
hermano Luis a Lima unos tres años después de la muerte de Atahualpa. Aunque
con muchas miserias (entre otras, la de ser un descarado gorrón), Alonso fue un
tipo fuera de serie. Escribió su autobiografía, que, dada su personalidad
estrambótica, no resulta del todo creíble, pero basta lo constatado como real
para reconocerle una valía personal de primerísimo orden. Su vida fue tan
estrepitosa y agitada como la del Capitán Alonso de Contreras y la de Catalina
de Erauso (la Monja Alférez), con la diferencia de que Enríquez de Guzmán,
aunque venido a menos en su rama familiar, estaba emparentado con lo más
aristocrático de España, y trataba frecuentemente con Carlos V y Felipe II, que
le tuvieron en gran aprecio, aunque les cargaran sus mañas de bufón y vividor.
Hombre contradictorio, también era religioso a su manera, confiando en el valor
del arrepentimiento en la última hora. En una nota confiesa que, al ser
nombrado Caballero de Santiago y tener medios para vivir a la altura de la
calidad de su persona, ya no necesitaba de su ingenio y su palabrería para ser
aceptado en la Corte. Fue un distinguido militar en las guerras de Italia,
África, Flandes y Alemania. Siempre se me presenta su figura como la del
Falstaff de Shakespeare, pero menos entrañable. Fueron igual de vividores,
aunque Enríquez le superó en valentía y en revoltoso. Los dos eran de noble
linaje, y los dos se ganaron la amistad de sus inmaduros príncipes herederos, lo
que fue visto con gran preocupación por los reyes. Carlos V siempre pensó que
tuvo una mala influencia (vertiente juerguista) sobre su joven hijo, el
Príncipe Felipe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario