jueves, 19 de abril de 2018

(Día 672) En su discurso, Manco Inca (según Garcilaso) dijo que los españoles les vencieron con ayuda de los dioses, por lo que era inútil luchar contra ellos. Manco Inca decide abandonar las batallas y retirarse a Vilcabamba, que era un sitio seguro.


     (262) Sigue Garcilaso poniendo palabras en el solemne discurso de Manco a sus hombres: “Todo lo que dijo mi padre ha salido verdad, pues cuando entraron los extranjeros en nuestro imperio, enmudecieron nuestros oráculos, lo que es señal de que se rindieron a los suyos. Y sus armas también han rendido las nuestras, pues aunque al principio matamos a algunos de ellos, los ciento setenta que quedaron nos resistieron, y aun podemos decir que nos vencieron. Pero no se pueden loar de habernos vencido ellos, sino las maravillas que vimos. Porque el fuego perdió su fuerza, sin quemar la casa donde ellos moraban, y quemó todas las  nuestras (menciona también las otras ayudas ‘celestiales’ que tuvieron). Todo lo cual, bien  mirado, nos dice a las claras que no es obra de hombres, sino del Pachacamac (dios creador de la tierra). Y pues él los favorece y a nosotros desampara, rindámonos voluntariamente para que no veamos más males sobre nosotros. Yo me voy a las montañas de los Antis (los Andes) para que su aspereza me defienda. En ellas viviré quieto, sin enojar a los extranjeros para que no os maltraten por mi causa”.
     Sigue diciendo Garcilaso: “Con esto acabó Manco Inca su plática. Sus principales derramaron muchas lágrimas, pero no le respondieron, ni osaron resistirle, porque vieron que aquella era su determinada voluntad. Luego despidieron a la gente de guerra, mandándoles que se fuesen a sus provincias y que obedeciesen y sirviesen a los españoles. Manco Inca  recogió a todos los que pudo de su sangre real, y se fue a las bravas montañas de los Antis, a un sitio que llaman Vilcabamba, donde vivió en destierro y soledad hasta que un español (a quien él amparó de sus enemigos y de la muerte que le querían dar) lo mató, como en su lugar veremos”. En realidad, Manco Inca siguió dirigiendo escaramuzas, y ese español que lo mató formaba parte de un grupo de almagristas que huían de la amenaza de los pizarristas. Pero como dice Inca Garcilaso, “en su lugar lo veremos”.
     Se puede decir, pues, que el inicio de las guerras civiles fue el imprudente paso de Almagro al ocupar por la fuerza el Cuzco y apresar a Hernando y Gonzalo Pizarro, entre otros. Pero una visión conjunta del problema lleva forzosamente a considerar que tanto él como Pizarro fueron responsables de aquella catástrofe (la más desastrosa entre españoles), sobre todo por haber pasado a la acción sin esperar la última palabra del emperador. El primer ‘metepatas’ fue Almagro, y con ello perdió en gran medida la legitimidad que tenía para protestar contra los muchos abusos que había sufrido por parte de Pizarro y de su hermano Hernando. A lo que hay que añadir la mala gestión del asunto desde la Corte Española, que, por una falta de previsión (o por la fatalidad de que no llegara a tiempo la orden dada a Almagro de que devolviera el Cuzco a Pizarro), solo consiguió apagar el fuego cuando la situación era ya catastrófica. Para darse cuenta de lo sumamente difícil y discutible que resultaba saber entonces de qué parte estaba la razón en cuanto a los límites de ambas gobernaciones, basta con observar un detalle de los cronistas. Hablan y hablan de los numerosos documentos que se fueron redactando para zanjar el asunto, pero ninguno (salvo algún dogmático) se define sobre quién tenía la última razón, escurriéndose por la ambigüedad. Incluso los historiadores han defendido posturas contrarias, y lo siguen haciendo.
   
      (Imagen) La vuelta de ALMAGRO desde Chile solo tuvo una ventaja. MANCO INCA, que estaba ya desmoralizado al ser expulsado por HERNANDO PIZARRO de la gran fortaleza de SACSAHUAMÁN, viendo ahora que las tropas españolas aumentaban, decidió refugiarse en las abruptas montañas de la también fortalecida VILCABAMBA. Allí sostuvo su rebeldía, pero solamente en plan guerrillero, aunque su resistencia y la de sus sucesores durará treinta y cinco años. Aquello era como lo de PELAYO en COVADONGA: un reducto montañoso en el que defender los rescoldos de una dinastía monárquica, frente a unos enemigos que no entraban en él para atacarlos pero los vigilaban de cerca. Algunos  miembros de la familia real se integraron en la cultura española. Pero hubo cuatro que continuaron manteniendo su título imperial, en medio de treguas y peleas con los conquistadores: MANCO INCA, SAYRI TÚPAC, TITU CUSI YUPANQUI y TÚPAC AMARU, con quien se puso fin a la rebelión porque llegó a Perú el hombre capaz de hacerlo, DON FRANCISCO DE TOLEDO, quizá el mejor virrey, aunque desprestigiado en la memoria histórica de los peruanos. Trató, sin éxito, de lograr la paz con Túpac Amaru. Envió una  nueva embajada, y todos sus componentes fueron liquidados. El virrey decidió atacar. Quien recibió el encargo fue el gran MARTÍN GARCÍA ÓÑEZ DE LOYOLA (sobrino nieto de SAN IGNACIO). Apresó a TÚPAC AMARU, y lo ejecutaron. Ocurrió en 1572,  y vino a ser prácticamente el final de la rebeldía inca, así como el nacimiento en el imaginario popular de un héroe y un villano: el emperador inca y el virrey español.



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