(262) Sigue Garcilaso poniendo palabras en
el solemne discurso de Manco a sus hombres: “Todo lo que dijo mi padre ha
salido verdad, pues cuando entraron los extranjeros en nuestro imperio,
enmudecieron nuestros oráculos, lo que es señal de que se rindieron a los
suyos. Y sus armas también han rendido las nuestras, pues aunque al principio
matamos a algunos de ellos, los ciento setenta que quedaron nos resistieron, y
aun podemos decir que nos vencieron. Pero no se pueden loar de habernos vencido
ellos, sino las maravillas que vimos. Porque el fuego perdió su fuerza, sin
quemar la casa donde ellos moraban, y quemó todas las nuestras (menciona
también las otras ayudas ‘celestiales’ que tuvieron). Todo lo cual,
bien mirado, nos dice a las claras que
no es obra de hombres, sino del Pachacamac (dios
creador de la tierra). Y pues él los favorece y a nosotros desampara,
rindámonos voluntariamente para que no veamos más males sobre nosotros. Yo me
voy a las montañas de los Antis (los
Andes) para que su aspereza me defienda. En ellas viviré quieto, sin enojar
a los extranjeros para que no os maltraten por mi causa”.
Sigue diciendo Garcilaso: “Con esto acabó
Manco Inca su plática. Sus principales derramaron muchas lágrimas, pero no le
respondieron, ni osaron resistirle, porque vieron que aquella era su
determinada voluntad. Luego despidieron a la gente de guerra, mandándoles que
se fuesen a sus provincias y que obedeciesen y sirviesen a los españoles. Manco
Inca recogió a todos los que pudo de su
sangre real, y se fue a las bravas montañas de los Antis, a un sitio que llaman
Vilcabamba, donde vivió en destierro y soledad hasta que un español (a quien él
amparó de sus enemigos y de la muerte que le querían dar) lo mató, como en su
lugar veremos”. En realidad, Manco Inca siguió dirigiendo escaramuzas, y ese
español que lo mató formaba parte de un grupo de almagristas que huían de la
amenaza de los pizarristas. Pero como dice Inca Garcilaso, “en su lugar lo
veremos”.
Se puede decir, pues, que el inicio de las
guerras civiles fue el imprudente paso de Almagro al ocupar por la fuerza el
Cuzco y apresar a Hernando y Gonzalo Pizarro, entre otros. Pero una visión
conjunta del problema lleva forzosamente a considerar que tanto él como Pizarro
fueron responsables de aquella catástrofe (la más desastrosa entre españoles),
sobre todo por haber pasado a la acción sin esperar la última palabra del
emperador. El primer ‘metepatas’ fue Almagro, y con ello perdió en gran medida
la legitimidad que tenía para protestar contra los muchos abusos que había
sufrido por parte de Pizarro y de su hermano Hernando. A lo que hay que añadir
la mala gestión del asunto desde la Corte Española, que, por una falta de
previsión (o por la fatalidad de que no llegara a tiempo la orden dada a
Almagro de que devolviera el Cuzco a Pizarro), solo consiguió apagar el fuego
cuando la situación era ya catastrófica. Para darse cuenta de lo sumamente
difícil y discutible que resultaba saber entonces de qué parte estaba la razón
en cuanto a los límites de ambas gobernaciones, basta con observar un detalle
de los cronistas. Hablan y hablan de los numerosos documentos que se fueron
redactando para zanjar el asunto, pero ninguno (salvo algún dogmático) se
define sobre quién tenía la última razón, escurriéndose por la ambigüedad.
Incluso los historiadores han defendido posturas contrarias, y lo siguen
haciendo.
(Imagen)
La vuelta de ALMAGRO desde Chile solo tuvo una ventaja. MANCO INCA, que estaba
ya desmoralizado al ser expulsado por HERNANDO PIZARRO de la gran fortaleza de
SACSAHUAMÁN, viendo ahora que las tropas españolas aumentaban, decidió
refugiarse en las abruptas montañas de la también fortalecida VILCABAMBA. Allí
sostuvo su rebeldía, pero solamente en plan guerrillero, aunque su resistencia
y la de sus sucesores durará treinta y cinco años. Aquello era como lo de
PELAYO en COVADONGA: un reducto montañoso en el que defender los rescoldos de
una dinastía monárquica, frente a unos enemigos que no entraban en él para
atacarlos pero los vigilaban de cerca. Algunos
miembros de la familia real se integraron en la cultura española. Pero hubo
cuatro que continuaron manteniendo su título imperial, en medio de treguas y
peleas con los conquistadores: MANCO INCA, SAYRI TÚPAC, TITU CUSI YUPANQUI y
TÚPAC AMARU, con quien se puso fin a la rebelión porque llegó a Perú el hombre
capaz de hacerlo, DON FRANCISCO DE TOLEDO, quizá el mejor virrey, aunque
desprestigiado en la memoria histórica de los peruanos. Trató, sin éxito, de
lograr la paz con Túpac Amaru. Envió una
nueva embajada, y todos sus componentes fueron liquidados. El virrey
decidió atacar. Quien recibió el encargo fue el gran MARTÍN GARCÍA ÓÑEZ DE
LOYOLA (sobrino nieto de SAN IGNACIO). Apresó a TÚPAC AMARU, y lo ejecutaron.
Ocurrió en 1572, y vino a ser
prácticamente el final de la rebeldía inca, así como el nacimiento en el
imaginario popular de un héroe y un villano: el emperador inca y el virrey
español.
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