(248) La situación era verdaderamente
desesperada: “Levantándose Pedro Pizarro, puso mano a la espada, y embrazada su
adarga, aguijó al indio que llevaba el caballo y diole una estocada por los
pechos que lo derribó muerto. Como el caballo estaba suelto, huyó hacia el
puesto donde los otros dos compañeros estaban. Los indios cercaron a Pedro
Pizarro con hondas y lanzas, y él se defendía tirando cuchilladas, hiriendo y
matando a algunos. Viendo sus compañeros el caballo suelto sin su amo, fueron a
socorrerle, pasaron entre los indios, que eran muchos, y tomáronle en medio
entre los dos caballos, y así le sacaron a volapié un trecho, y Pedro Pizarro,
con el cansancio de la pelea, no podía ya correr, y les dijo que parasen porque
se ahogaba, y que más quería morir peleando que ahogado. Y se paró, tornando a
pelear, y los de a caballo hacían lo mismo, sin poder apartar a los indios
porque estaban muy encarnizados. Creyendo que ya lo tenían preso, dieron una
grita muy grande, porque esto hacían ellos cuando lograban alguna presa de
español o de caballo. Oyendo esta grita Gabriel de Rojas, que andaba con diez
de a caballo, acudió en su auxilio. Pedro Pizarro, como los demás, fue
socorrido, aunque bien atormentado con golpes que le habían dado con lanzas y
piedras, que si no fuera bien protegido, lo mataran, y así Pedro Pizarro se
libró ayudándole Nuestro Seño Dios”.
“A un Garci Martín le dieron una pedrada
en un ojo y se lo quebraron, a un Cisneros le tomaron los indios el caballo, le
socorrimos, y los indios cortaron las manos y los pies al caballo, al Cisneros
lo tomó un buen soldado que se llamaba Juan Vázquez y lo echó encima de su
caballo, porque él no pudo subir a sus ancas, y así le sacamos de entre los
indios. Un Mancio Serra descuidose subiendo un andén y cayó por las ancas del
caballo, llegaron los indios, se lo tomaron y le cortaron las manos y los pies,
pues esto hacían a todos los caballos que tomaban peleando”.
En el cerco del Cuzco les hicieron una
entrega macabra y al mismo tiempo
interesante: “Llegó un escuadrón de indios y nos arrojaron un costal con
cabezas secas y muchas cartas, con un jubileo (indulgencia plenaria papal que perdonaba todos los pecados) y
noticias de la toma de la Goleta y Túnez (contra
los turcos). Esto ordenó Manco Inca por consejo de un español que tenía
preso, quien, para que tuviésemos el
jubileo y las noticias, le dijo que nos daría mucha pena ver las cabezas de los
muertos. En este alzamiento de Manco Inca hubo más de trescientos españoles muertos por los caminos, algunos
cuando iban con poca gente los capitanes, como Gaete y Diego Pizarro, que
enviaba el Marqués para ayudar a los del Cuzco, y otras gentes que iban sueltas
en grupos pequeños, y en ese camino tomó Manco Inca al español que tenía
consigo, que se llamaba Francisco Martín”. Veremos enseguida cómo lo cuenta Alonso
Enríquez de Guzmán, explicando que la llegada de esas cartas evitó que Hernando
Pizarro ordenara partir a algunos hombres para conocer la situación de Pizarro
y su gente en Lima. Supuso un gran
alivio porque era sumamente arriesgado recorrer tan largo camino en aquel mar
de indios alzados.
(Imagen) Nos cuenta hoy Pedro Pizarro que
los indios les lanzaron un saco con cabezas de españoles. Sin duda, ver los
despojos de sus compañeros tenía que hacerles impresión, aunque sucediera otras
veces. También los aztecas practicaron esa guerra psicológica. Bernal Díaz del
Castillo mostró su emoción al reconocer, con sus barbas, a un amigo. Pero, para
equilibrar las cosas, hablemos de la brava Inés Suárez. Fue a las Indias en
busca de su marido y se enteró de que había muerto en el Cuzco luchando junto a
Hernando Pizarro en la guerra de las Salinas (tras la que fue ejecutado
Almagro). Esta asombrosa mujer se quedó en la ciudad a pesar del cerco de los
indios. Se convirtió en amante de Pedro de Valdivia y fue con él a la campaña
de Chile. Fundaron allá la ciudad de Santiago. Tuvo que salir Valdivia a
repeler un ataque, dejando a Inés al mando de la población. Otros indios la
cercaron de manera tal, que los españoles veían
inevitable el desastre. Pero Inés tomó una tremenda decisión: se cortó
las cabezas a siete caciques presos y fueron lanzadas hacia las tropas indias.
Quizá lo lógico fuera que reaccionaran atacando con más furia, pero Inés
acertó: se retiraron desmoralizados. A esa durísima Inés, los soldados la
querían como a una madre porque se desvelaba por ellos. La imagen muestra un
documento relativo al cronista PEDRO PIZARRO. Por él sabemos que el año 1582
aún vivía en Arequipa (fue uno de sus fundadores), que su mujer se llamaba
María Cornejo de Simancas y que daban un poder a su yerno Juan Manuel de
Sotomayor, Caballero de Santiago, para cobrar unas rentas en España.
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