(247) Sigamos con el cronista Pedro
Pizarro: “Pues ganada esta fortaleza, puso aquí Hernando Pizarro treinta
hombres de a pie con un capitán que se llamaba Juan Ortiz, natural de Toledo,
con agua y comida, fortaleciendo uno de los cubos, donde estuviesen con
ballestas y arcabuces, y los demás nos bajamos al Cuzco. Con la toma de la
fortaleza, los indios se alejaron un poco, desocupando parte de la ciudad que
tenían allí ganada. Pues de esta manera estuvimos apretados más de dos meses,
desbaratando de noche algunos andenes para que los caballos pudieran subir a
ellos, porque entonces se retiraban los indios, algo que no hacían antes de
tomarles la fortaleza”.
Pedro Pizarro siente la necesidad de
recordar anécdotas de aquella época, en las que, cuando aparece él mismo como
protagonista, habla educadamente en tercera persona, y se merece que le
prestemos atención, porque, además, nos muestra en vivo el peligro de las
situaciones: “Contaré algunas cosas que sucedieron después de tomar la
fortaleza. Saliendo Gabriel de Rojas a recorrer su cuartel, que estaba en
Andeyuso, le dieron un flechazo en las narices, entrándole la flecha hasta el
paladar, y a un Alonso de Toro (fue del
bando de Gonzalo Pizarro en las guerras civiles) y otros dos que con él
iban les echaron los indios tantas piedras y adobes que los derribaron de los
caballos y los medio tapiaron, siendo menester llamar a los indios amigos para
que los desenterrasen y los sacasen medio muertos”.
“Pues estando Pedro Pizarro haciendo
guardia con dos compañeros, viniendo a descansar y a dar de comer a su caballo,
Hernán Ponce de León, su capitán, le salió al encuentro y le rogó que tomara el
caballo de Alonso de Mesa, que estaba indispuesto, y volviese a estar de
guardia hasta la noche. Lo hizo así y volvió al puesto en el que estaban
Maldonado, que era el que repartía los turnos, Juan Clemente y Francisco de la
Puente. Este Maldonado fue el que Gonzalo Pizarro envió por mensajero a Su
Majestad cuando estaba alzado (llevando
probablemente unas justificaciones de su rebelión inadmisibles). Entonces
los indios de guerra llegaron contra ellos, y el Maldonado, no habiendo visto
unos hoyos grandes que seguían tapados, calló en uno de ellos con su caballo.
Pedro Pizarro se arrojó adelante entre los hoyos resistiendo y apartando a los
indios, y con esto Maldonado pudo salir del hoyo, él y su caballo bien
lastimados, y se fue al Cuzco”. Pedro y los otros dos que quedaron de guardia
siguieron atacando a los indios. En un momento dado sus dos compañeros se
apartaron ya de la pelea, pero Pedro estaba obsesionado con hacer retroceder
más a los indios: “Pedro Pizarro fue embebecido alanceando a los indios hasta
el final del andén que allí había, y queriendo dar la vuelta en redondo, el
caballo metió las manos en unos hoyos, y calló arrojando de sí a Pedro Pizarro.
Viéndolo caído los indios de guerra, aguijaron sobre él, y un indio le tomó el
caballo por las riendas y se lo llevaba”.
(Imagen) Impresiona lo que cuenta Pedro
Pizarro sobre las situaciones de alto riesgo. Menciona varias: “A Gabriel de
Rojas le dieron un flechazo en las narices, entrándole la flecha hasta el
paladar”. Ya dije de él que Rojas era un hombre muy valorado por su brillante
historial y al que tanto almagristas como pizarristas lo respetaron mucho. Veremos
enseguida que, al llegar Almagro al Cuzco, se pasó a su bando (aunque, años
después, fue fiel a la autoridad de los virreyes). Quizá se debiera a que eran
viejos amigos desde que salieron juntos hacia las Indias 22 años antes. Cuenta
también Pedro Pizarro que tuvieron que salvar in extremis a un tal Maldonado
que había caído de su caballo entre los indios. Parece que se trataba de DIEGO MALDONADO
DE ÁLAMOS, natural de Dueñas (Palencia), quien, ciertamente, era uno de los
sufridores del cerco del Cuzco. Ya vimos datos de él, pero añadiré algo más. Tenía
largo historial como soldado en Indias y estuvo con Pizarro en Cajamarca cuando
apresaron a Atahualpa. Aunque en el Cuzco aparentó seguirle la corriente a
Almagro, hizo que pudieran escapar de su
prisión Gonzalo Pizarro y Alonso de Alvarado. Los Pizarro le recompensaron bien
y él se mantuvo siempre a su lado en las guerras civiles, aunque no fue de los
que resultaron duramente castigados por el virrey Pedro de la Gasca. Murió, ya
anciano, el año 1570, siendo enterrado en el Cuzco. Quizá sus últimos
pensamientos fueran sobre la historia del matrimonio furtivo de los Reyes
Católicos, amparados en Dueñas por la
complicidad de los condes de Buendía.
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