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No es de extrañar que me haya sido imposible encontrar algún cronista que lo
dejase claro. Pasaban como de puntillas por el problema de los límites. Desgraciadamente
Pizarro y Almagro solo pensaron en sus intereses, convirtiendo el Perú en un
territorio sin ley para zanjar la cuestión con la brutalidad de las guerras
civiles.
Hasta Inca Garcilaso se cansa de tantas discusiones: “En estas demandas
y respuestas anduvieron muchos días los unos y los otros. Y habrían llegado
muchas veces a las manos si no fuera por don Diego de Alvarado, que era un
caballero principal muy discreto y muy cuerdo, tío del Adelantado don Pedro de
Alvarado y de Gómez de Alvarado (se equivoca:
era primo segundo de ellos), y que había ido a Chile con don Diego de
Almagro. El cual, deseando paz y concordia, porque imaginaba el mal que a todos vendría si llegaban a una ruptura, intervino para
concertarlos, y al final de muchos intentos, consiguió que se pusieran de
acuerdo para que Hernando Pizarro escribiese al Marqués, su hermano, lo que Don
Diego de Almagro pedía, y que, mientras respondía, estuviesen todos en paz en
sus alojamientos, sobre lo cual se establecieron treguas por ambas partes”.
Ya
vimos que Almagro hizo la barbaridad de no respetar las treguas (algo sagrado
militarmente), y tal acto, como una bola de nieve, va a provocar el enorme alud
de las guerras civiles que arrastrará a todos. De cualquier manera, lo más
probable era que, tarde o tempano, se produjeran inevitablemente. Porque no
solo era cuestión de Pizarro y Almagro: los dos estaban rodeados de hombres que
querían, como ellos, conseguir sus deseos por la fuerza. Y nadie se fiaba de
los demás. Como ejemplo, vale lo que cuenta Garcilaso de la situación que se
creó cuando Almagro apresó a Hernando Y Gonzalo Pizarro: “Los ministros de la
discordia aconsejaban a don Diego de Almagro que matase a Hernando Pizarro.
Decíanle que se acordasen de que siempre, desde la primera vez que vino de
España, se había mostrado su enemigo y nunca había hablado bien de él, y que
era hombre áspero y vengativo, de muy diferente condición que sus hermanos, y que
se había de vengar si pudiese. Almagro estuvo por hacerlo, mas Diego de
Alvarado, Gómez de Alvarado, Juan de Saavedra, Bartolomé de Terrazas, Vasco de
Guevara, Jerónimo de Costilla, y otros que eran amigos de paz y de quietud, lo
estorbaron diciéndole que no era razonable quebrar tan del todo con el Marqués
habiendo sido tan buenos compañeros en todo el pasado. Le decían también que
hasta el haber tomado la posesión del Cuzco se podía tolerar, aunque no dejaba
de parecer mal haber quebrantado las treguas puestas; pero que matar a Hernando
Pizarro sería cosa muy odiosa a todo el mundo y de gran infamia para él. Con
estas razones y otras semejantes, aquietaron aquellos caballeros a don Diego de
Almagro, el cual se hizo jurar como gobernador del Cuzco por el cabildo de la
ciudad y de cien leguas de extensión, conforme a la provisión de Su Majestad (en realidad eran doscientas leguas)”.
(Imagen) Hablemos de alguien que ya mencionamos: DIEGO DE ALVARADO EL
BUENO, llamado así porque lo era, y para distinguirlo de otro del mismo nombre.
Fue un bravo capitán, pero de los caballerescos. Su calidad humana le jugó una
mala pasada (quizá sea ese el mayor problema de las democracias con los
tramposos). Eligió el bando de ALMAGRO y le fue fiel sin veleidades. Cuando
entraron en el Cuzco, apresaron a HERNANDO PIZARRO, quien durante largo tiempo
vivió con la angustia permanente de que lo mataran. Muchos de los hombres de
Almagro le aconsejaban que lo hiciera, especialmente, y hasta obsesivamente, el
magnífico capitán RODRIGO ORGÓÑEZ (que fue, nada menos, uno de los que
apresaron en Pavía a Francisco I). Pero Diego de Alvarado y otros le
convencieron para que le perdonara la vida. Siguiendo nuevamente su opinión,
también aceptó dejarlo libre previo juramento de mantener la paz. ¿La paz?
Hernando Pizarro no tuvo el menor escrúpulo en atacar, vencer y ejecutar a Almagro; pero respetó a Diego de Alvarado. Sabía que estaba vivo gracias a él y pagó su deuda.
Pero eso no pudo evitar que Diego de Alvarado fuera a España para acusar a
Hernando del sucio asesinato de Almagro. La imagen de hoy, que está muy
borrosa, da fe de su denuncia, presentada a finales de 1540, poco antes de que
Alvarado muriera en extrañas circunstancias. En el documento, Don Carlos y Doña
Juana
ordenan la presencia de algunos testigos en “un pleito de Diego de
Alvarado contra Hernando Pizarro sobre
la muerte de Don Diego de Almagro, Gobernador que fue de Nueva Toledo”. DIEGO
DE ALVARADO no pudo saborearlo, pero triunfó después de muerto: el
proceso le costó a Hernando veinte años de presidio.
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