(255) Antes de pasar a la llegada de
Almagro al Cuzco, Pedro Pizarro anota un último recuerdo que se refiere a cómo
se enteraron, con gran preocupación, de que venía: “Un día, saliendo Gonzalo Pizarro
con seis de a caballo a saber si venía socorro de Lima (para eliminar el cerco de los incas), tomó dos indios, por los
cuales tuvimos noticia de que don Diego de Almagro volvía de Chile con toda la
gente que había llevado, que no debiera, porque con su vuelta se puso
fuego en este reino, y fue el principio
de las batallas que en él ha habido, y causa de que surgieran tantos
pretendientes y con tan pocos méritos como tenían la mayoría de ellos. Muchos
lograron por estas batallas lo mejor de la tierra, y los desventurados que la
conquistaron, lo menos y más ruin”. Pedro Pizarro, una vez más, es injusto por
lo que no cuenta. Sin duda la catástrofe de las guerras civiles se inició por
la vuelta de Almagro, pero tampoco Pizarro quiso esperar a que el Rey zanjara
el conflicto que había ente ellos sobre el límite de sus gobernaciones.
Y para incidir más en su falta de
objetividad, acto seguido critica al extraordinario Alonso de Alvarado:
“También supimos por estos indios que Alonso de Alvarado, tras salir de Lima
para socorrer el Cuzco, y por ruegos de Picado, el secretario que lo hizo
capitán quitando a Pedro de Lerma, le prometió no salir de Jauja sin dejar
antes pacificados unos indios que el Picado tenía en encomienda, no entendiendo
que antes de que la cabeza, que era Manco Inca, fuese desbaratada, era
imposible pacificar ninguna provincia. Pues debido a que Alonso de Alvarado
estuvo en Jauja con este fin que tengo dicho cuatro o cinco meses, Almagro
entró en el Cuzco antes que él. Si hubiera llegado primero Alonso de Alvarado,
Hernando Pizarro habría estado pujante de hombres, sin que don Diego de Almagro
se atreviera a hacer lo que hizo en el Cuzco, y así ni a él lo mataran ni
hubieran sucedido tantas batallas y desventuras como de aquí procedieron”. Los
hechos ocurrieron más o menos así, pero Pedro Pizarro sigue camuflando datos.
Aunque Antonio Picado mandaba en la sombra casi tanto como Pizarro, de ninguna
manera ordenaría algo contra su voluntad. Alonso de Alvarado quizá le debiera
el favor mencionado a Picado, pero, como dicen otros cronistas, no era él quien
tenía que decidir dónde estar, sino cumplir lo que le mandaban. En lo que sí
tendrá razón Pedro Pizarro es en cuanto a que le asignaron a Alvarado el puesto
que tenía Lerma, quien, probablemente por resentimiento, fue uno de los que se
pasaron al bando de Almagro. No obstante, el gran mérito de Pedro Pizarro como
cronista es el de haber participado en los acontecimientos que narra, a lo que
se añade el hecho de que, por ser tan tardío su trabajo (año 1571), conoció las
obras de sus colegas. Resulta chocante que el gran historiador peruano Raúl
Porras alabe, entre las virtudes de Pedro como cronista (que las tuvo), la de
la sinceridad, sin matizar que se dejó llevar por las filias y las fobias en cuanto
a su evidente partidismo a favor de los Pizarro y a su inquina en contra de
Almagro.
(Imagen) ANTONIO PICADO, nacido en Ciudad
Rodrigo, fue polivalente, soldado y escribano. Anduvo luchando por Nicaragua
bajo el mando del cruel Pedrarias. Allí conoció a Pizarro, y eso, más tarde, le cambio la vida. Ya vimos que
llegó a Perú con Alvarado y lo traicionó, pasándose a las tropas de Almagro.
Seguro que en su cabeza bullían sueños de prosperidad, y acertó. Para bien y
para mal, su destino quedó trabado con el de Pizarro. Fue su principal
secretario. Pizarro se apoyó en él tanto, que Picado se convirtió en una
especie de valido lleno de poder en la sombra, con lo que se libró de los
enormes peligros de las batallas y pudo enriquecerse sin medida. Hasta lo designó
en el testamento su albacea testamentario, y gobernador interino durante la
ausencia de sus hermanos y la minoría de edad de sus hijos. Pero llegó la
fatídica hora. Cuando asesinaron a Pizarro, se refugió en casa del poco
recomendable tesorero Riquelme, quien lo traicionó avisando a los almagristas.
Lo apresaron, lo torturaron para que dijera dónde estaban las riquezas de
Pizarro, dijo que no sabía nada, y decidieron ejecutarlo. ANA SUÁREZ, una
vampiresa de legendaria belleza, era su amante, y Antonio Picado se casó con
ella antes de que lo mataran agarrotado. Parece ser que la ‘hechicera’ lo
heredó todo, aunque consta que estuvo casado y tenía un hijo (quizá ya hubiesen
fallecido). Pero hubo pleito, porque veo en PARES un triste documento, dos años
posterior, que lleva este encabezamiento: “Real Cédula del príncipe (Felipe II) a la Audiencia de Lima para
que se dé lo que pide a Elena Martínez, vecina de Ciudad Rodrigo y madre de dos
hijos residentes en el Perú, Antonio y Francisco Picado; al primero le mandó
matar Diego de Almagro (el Mozo) y al
segundo lo mataron los indios, de los cuales quedaron muchos bienes que reclama
como legítima heredera”.
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