(257) Sigamos conociendo lo que cuenta
Pedro Pizarro: “De allí a pocos días de recibir la noticia de que Don Diego de
Almagro volvía de Chile, supimos que había llegado a Urcos, a seis leguas del
Cuzco, y desde allí mandaba mensajeros para hacer tratos con Manco Inca, que
era su amigo, como tengo dicho, por los dos hermanos que, según se dijo, le
mató a ruego suyo antes de ir a Chile (nuevamente
hace una dura acusación -que ya la soltó antes- no mencionada por otros
cronistas)”. En lo que sí coinciden los cronistas es en que Almagro había
tenido buena relación con Manco Inca antes de partir para Chile (también
Pizarro) y trataba de establecer una alianza con él. Por eso mandó a Ruy Díaz
que fuera a visitarle para proponerle algún trato. Pedro Pizarro lo cuenta,
pero deforma los hechos: “Almagro envió a un Ruy Díaz como mensajero ante Manco
Inca, para rogarle que saliese de paz, pues era su amigo. Llegado Ruy Díaz
adonde Manco Inca estaba, le recibió muy bien”. Quizá fuera así, pero no
menciona que Manco Inca estaba decidido a acabar con todos los españoles y apresó
a Ruy Díaz (como ya comenté). Es cierto que Almagro planeaba fortalecerse
aliándose con Manco Inca, y hasta es
posible que le alentara en ese sentido el inca Paullo, hermano suyo, con el que
había compartido el largo viaje de dos años por Chile. En cualquier caso, Pedro
Pizarro deja claro que pronto se produjo el enfrentamiento entre Manco Inca y
Almagro, prueba evidente de que no existía tal relación de compinches por
favores mutuos: “Mientras duraban estos tratos entre Manco Inca y Almagro,
fueron falsos de parte del Inca, pues pensaba coger a los españoles divididos y
matarlos. Salió mucha gente de guerra contra Almagro, y tras una pelea, se fue
a Yucay (cerca del Cuzco), dejando
parte de sus hombres fortalecidos en Urcos. Sabiéndolo Hernando Pizarro, nos
mandó que fuésemos a Urcos para entender cuál era la causa por la que se había
quedado allí, sin venir al Cuzco (no
sabía que Almagro estaba en Yucay)”.
“Pues llegados que fuimos a un llano que
hay a la entrada de Urcos, salieron
algunos españoles a hablar con recato a Hernando Pizarro y le dijeron que
Almagro no estaba allí porque había ido a verse con Manco Inca; entonces entendió la mala intención con que
venía, que era la de tomar el Cuzco por fuerza, no guardando el juramento que
tenía hecho con su compañero, el Marqués, y habiendo podido poblar en Charcas,
Arequipa y Chile, no lo hizo, aunque los suyos se lo pidieron, y se entendió
que fue para venir con más pujanza a tomar el Cuzco, como lo hizo”. No hay duda
de que Almagro, al fracasar en su campaña, rompió el casi sacrílego juramento
de eterna amistad que habían hecho él y Pizarro antes de salir para Chile. Pero
en esta dramática historia veremos que uno y otro van a recorrer un largo
camino de negociaciones sin salida, con cartas marcadas, intentando conseguir
dentro de la legalidad y la paz lo que deseaban, pero dispuestos a orillarlas
si no quedaba más remedio para lograr
sus ambiciones. Va a ser un angustioso y lamentable espectáculo que nos
brindará Cieza en su espectacular crónica. Una auténtica fatalidad.
(Almagro) Qué poco le queda de vida a
Almagro. Se va a meter en una batalla contra Pizarro en la que terminará
ejecutado. Estaba tan deteriorado físicamente (por la edad y, entre otras cosas,
también por la sífilis) que no pudo participar en ella, sino solamente ver
desde un montículo el desarrollo de su catástrofe. Tuvo un enorme mérito su
aportación a la conquista de Perú, y más todavía lo que padeció durante dos
largos años en la terrorífica campaña de Chile, con el flamante título de mariscal. También era gobernador, y la
disputa con Pizarro por los límites de sus competencias provocará las guerras
civiles, probablemente porque, aunque eran grandes conquistadores, ninguno de
los dos tuvo sabiduría política. Es posible que, de no haber muerto el sensato
clérigo Hernando de Luque, el tercer socio de la gloriosa empresa, no hubiese
estallado el fatal conflicto. El sufrido Almagro tuvo siempre que luchar contra
vientos desfavorables, y terminó trágicamente. Pero llegó a tocar el cielo
cuando supo que Atahualpa había sido apresado después de NUEVE AÑOS de penas
sin fin. Era tan grande lo conseguido, que, cuando llegaron al Consejo de
Indias unas cartas del licenciado Espinosa y del deán de Tierra Firme contando
aquel milagro, sus miembros le escribieron al secretario del Rey (texto de la
imagen) diciéndole que, por parecerles todo tan extraordinario, no pensaban
enviárselas a Su Majestad hasta que tuvieran una confirmación estricta de los
hechos por medio de cartas de Pizarro y de Almagro.
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