(251) Aunque no hubiera ataques intensos,
seguían bajo un cerco atenuado pero que hacía muy arriesgadas las salidas:
“Pues estando como digo, nos faltaron las comidas. Acordó Hernando Pizarro que
Gabriel de Rojas saliese con sesenta hombres, sin alejarse más de catorce
leguas, para buscar ganado. Partimos y estuvimos unos treinta días, recogimos
hasta dos mil cabezas de ganado y volvimos al Cuzco sin ningún impedimento. Los
indios se juntaban por los altos de los cerros, y desde allí nos daban grita.
Tras descansar algunos días, fuimos a Condeyuso con Hernán Ponce de León a
quemar algunos pueblos y castigar a la gente que hallásemos, porque allá fue
donde mataron a los primeros cristianos. Lo hicieron llamando a un Simón
Juárez, que allí tenía indios, y a otros, diciéndoles que fueran a sus pueblos,
pues les darían tributos, y con este engaño mataron a diez españoles. Estuvimos
allá quince días, y no se pudo encontrar gente en quien hacer castigo.
Recogiendo algunos alimentos, nos volvimos”.
Habla luego Pedro Pizarro de otra salida
que les pudo costar muy cara. Hernando Pizarro se enteró de que Manco Inca
estaba reuniendo mucha gente a corta distancia: “Envió a su hermano Gonzalo
Pizarro que los atacase antes de que se acabasen de juntar y viniesen al Cuzco.
Salió con sus hombres y en Jaquijaguana (donde
iba a morir Gonzalo doce años después) halló gran golpe de gente junta.
Poniéndose a pelear con ellos, les apretaron de tal manera, que llegaban a
echar mano a las colas de los caballos, volviendo así muy fatigados y con mucho
riesgo. Avisado Hernando Pizarro, mandó repicar campanas para que se juntase
gente, y llegaron al galope donde vieron que los españoles estaban en gran
peligro, porque ya los caballos no podían correr sino venir muy paso a paso y
los indios los apretaban por todas partes. Con su llegada, los indios
desmayaron y se desviaron; y con este socorro se alentaron los que venían
fatigados. Juntos ya todos, se volvieron al Cuzco. Entonces estuvimos a punto
de perdernos todos”.
Descansaron un tiempo, y luego se
prepararon para alejar lo más posible al
gran Manco Inca, su principal amenaza desde la cercana fortaleza de Tambo:
“Partimos dejando a Gabriel de Rojas en el Cuzco con la gente más debilitada.
Cuando llegamos, hallamos Tambo tan fortalecido con grandes canterías que era
cosa de grima. Tiene una sola entrada arrimada a una sierra muy áspera, y en
toda ella mucha gente de guerra con muchas galgas (pedruscos) que arriba tenía para echar cuando los españoles
quisiesen entrar. Pasando el río de aquel lugar, tomamos un pequeño llano, y
queriendo acometer la entrada, fueron tantas las galgas, piedras y flechas que
nos echaron, que nos mataron un caballo y nos hirieron a algunos españoles.
Pero con este acometimiento que hicimos, los indios empezaron a echar a la
gente y el fardaje fuera por la sierra arriba, muy agreste, que no parecían
sino un hormiguero muy espeso”.
(Imagen) Ayer hablamos de la triste muerte
de un español por un arcabuzazo de los piratas. Su nombre completo era PEDRO
ANSÚREZ ENRÍQUEZ DE CAMPORREDONDO. También llamado, simplemente, Peransúrez, aunque
ese ‘Enríquez’ lo tenía por su aristocrática familia, como el extravagante don
Alonso Enríquez de Guzmán (del que seguiremos hablando). Peransúrez, aunque
estuvo pocos años en Perú, demostró que era un fuera de serie. Pizarro quedó
fascinado por sus cualidades, y le confió misiones militares y diplomáticas
extraordinariamente delicadas (era Marqués de Camporredondo). Cuando Almagro
partió hacia Chile, Pizarro lo envió a España para conseguir de la Corona que
el Cuzco quedara dentro de su
gobernación. Ansúrez consiguió una respuesta, pero no sirvió para que Almagro y
Pizarro se pusieran de acuerdo, y estalló la terrorífica guerra civil. Luego
fue a Chile y fundó en 1538 la ciudad que hoy se llama Sucre, donde le han
dedicado la sencilla estatua que se ve en la imagen (se agradece que los
bolivianos no la hayan derribado todavía), con el detalle histórico de que
lleva la entonces bandera del Ejército Español, luciendo la Cruz de Borgoña. Al
enterarse de que Pizarro había sido asesinado, regresó a Perú para ponerse al
servicio del representante del rey, Vaca de Castro, y luchar contra los
almagristas, manteniendo siempre su fidelidad al emperador, aunque nunca
sabremos si, de seguir vivo, habría escogido el bando del rebelde Gonzalo
Pizarro. Pero es de suponer que no.
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