(263) Como ejemplo de lo dicho (que luego
veremos en versiones de otros cronistas), sigamos el texto de Inca Garcilaso,
donde, al hablar de la osadía de Almagro cuando se apoderó del Cuzco, expone
luego el conflicto de las interpretaciones (interesadas) acerca de lo que el emperador
había concedido a Pizarro y Almagro respectivamente: “Don Diego de Almagro y Hernando Pizarro, viendo que
Manco Inca había deshecho su ejército, mostraron sus pasiones y volvieron
contra sí las armas, el uno por mandar y reinar, y el otro por que no reinase
ni mandase, porque este oficio no soporta que haya nadie mayor, ni aun igual (atina Garcilaso: ambas partes estaban dispuestas
a trampear para conseguir el poder). Almagro requirió a Hernando Pizarro
que le dejase libre la ciudad del Cuzco, alegando que entraba en su
gobernación. Decía que las doscientas leguas (en realidad eran 270) de la gobernación de don Francisco Pizarro se
habían de medir por la costa, siguiendo las puntas y los senos que la mar hace
en la tierra, y que si quisiesen medirlas por tierra, se había de hacer por el
camino real de los incas que va de Quito al Cuzco. Proponían estas medidas los
de Almagro porque, con cualquiera de las dos maneras, la jurisdicción del
Marqués no llegaba a Lima, y mucho menos al Cuzco”.
El planteamiento era totalmente abusivo,
puesto que la medición, como luego se hizo (y ni así hubo conformidad), tenía
que ser en grados geográficos con un peritaje de pilotos profesionales. Ya
veremos que, inevitable guerra aparte, desgraciadamente, y a pesar de que se
afinaron las medidas, el Cuzco parecía quedar tan centrado en el límite de las
gobernaciones, que solo una decisión imperial podía haber establecido a quién
le correspondía su dominio.
¿Cómo se solucionó el conflicto? Con la
muerte de los protagonistas (por este orden: Almagro, Pizarro, el hijo de
Almagro, el virrey Blasco Núñez Vela, Gonzalo Pizarro, y muchísimos soldados de
los bandos enfrentados). Terminado el desaguisado, Carlos V anuló las gobernaciones, quedando
establecido en todo el territorio el Virreinato de Perú, aunque todavía hubo
que liquidar a otro rebelde, Francisco Hernández de Girón. Un balance
delicioso.
Conviene
repetir que, al menos temporalmente, lo correcto habría sido que Almagro
hubiese respetado la posesión del Cuzco que ya tenía Pizarro, como, con
claridad meridiana, le había advertido Carlos V (en la carta que ya hemos
visto), ordenándole que saliera de la ciudad injustamente ocupada. O el
documento llegó tarde, o Almagro atacó sin darse por enterado.
Continúa diciendo Garcilaso: “Estas
medidas y razones inconsistentes imaginaron Almagro y los de su bando para
precipitarse en abandonar Chile y volverse al Cuzco, donde tantos males
causaron a su vuelta. Hernando Pizarro (recordemos
que Francisco Pizarro se encontraba en la lejana Lima), con el parecer de
los suyos, respondió que él no estaba con su autoridad, sino con la del
gobernador, a quien había hecho pleito homenaje (juramento solemne y tradicional de los caballeros) de no entregar
la ciudad del Cuzco a otro sino a él. Por lo que no cumpliría con la ley de
caballero ni con la obligación militar si se la entregase”.
(Imagen) Se podría decir que las guerras
civiles las empezó ALMAGRO apoderándose del Cuzco y apresando a HERNANDO y
GONZALO PIZARRO. Hubo que esperar nueve
años para que llegara el hombre providencial que iba a acabar con todas las
rebeldías: PEDRO DE LA GASCA. Qué poco se habla de él y qué grande fue. Era un
clérigo que había sido soldado. Y un extraordinario político al que con toda
justicia se le llamó El Pacificador. Toda esa experiencia tuvo que ponerla otra
vez en práctica en Perú para conseguir lo que parecía imposible, derrotando con
astucia a Gonzalo Pizarro, para después ocupar a todos los capitanes en seguir
conquistando tierras nuevas bajo una única bandera. Fue duro cuando hizo falta,
pero nunca por venganza. No necesitó más que cuatro años para dejar el Perú
encarrilado. Se volvió a España en 1551, y Carlos V lo llevó consigo en su viaje a Flandes, sin duda agradecido.
Fue nombrado sucesivamente obispo de Palencia y de Sigüenza, donde murió con 74
años. BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO cuenta algo irrepetible y maravilloso. Para
reunirse con FELIPE II (todavía Príncipe), hacían antesala cuatro personajes
magníficos de las Indias: el propio BERNAL, el apocalíptico BARTOLOMÉ DE LAS
CASAS, el gran humanista y defensor de los indios VASCO DE QUIROGA y PEDRO DE
LA GASCA. Vasco le reprochó a Pedro haber sido demasiado blando ante los abusos
de los españoles contra los nativos. Pedro le contestó bromeando, porque se
equivocaba: hasta en eso fue modélico, y los indígenas lamentaron mucho que
tuviera que marcharse.
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