viernes, 20 de abril de 2018

(Día 673) Almagro, con la absurda forma de medir que exigía, no solo reclamaba el Cuzco, sino también Lima. Hernando Pizarro le contestó que, sin el permiso de su hermano Francisco Pizarro, no podía entregarle el Cuzco.


     (263) Como ejemplo de lo dicho (que luego veremos en versiones de otros cronistas), sigamos el texto de Inca Garcilaso, donde, al hablar de la osadía de Almagro cuando se apoderó del Cuzco, expone luego el conflicto de las interpretaciones (interesadas) acerca de lo que el emperador había concedido a Pizarro y Almagro respectivamente: “Don Diego  de Almagro y Hernando Pizarro, viendo que Manco Inca había deshecho su ejército, mostraron sus pasiones y volvieron contra sí las armas, el uno por mandar y reinar, y el otro por que no reinase ni mandase, porque este oficio no soporta que haya nadie mayor, ni aun igual (atina Garcilaso: ambas partes estaban dispuestas a trampear para conseguir el poder). Almagro requirió a Hernando Pizarro que le dejase libre la ciudad del Cuzco, alegando que entraba en su gobernación. Decía que las doscientas leguas (en realidad eran 270) de la gobernación de don Francisco Pizarro se habían de medir por la costa, siguiendo las puntas y los senos que la mar hace en la tierra, y que si quisiesen medirlas por tierra, se había de hacer por el camino real de los incas que va de Quito al Cuzco. Proponían estas medidas los de Almagro porque, con cualquiera de las dos maneras, la jurisdicción del Marqués no llegaba a Lima, y mucho menos al Cuzco”.
     El planteamiento era totalmente abusivo, puesto que la medición, como luego se hizo (y ni así hubo conformidad), tenía que ser en grados geográficos con un peritaje de pilotos profesionales. Ya veremos que, inevitable guerra aparte, desgraciadamente, y a pesar de que se afinaron las medidas, el Cuzco parecía quedar tan centrado en el límite de las gobernaciones, que solo una decisión imperial podía haber establecido a quién le correspondía su dominio.
     ¿Cómo se solucionó el conflicto? Con la muerte de los protagonistas (por este orden: Almagro, Pizarro, el hijo de Almagro, el virrey Blasco Núñez Vela, Gonzalo Pizarro, y muchísimos soldados de los bandos enfrentados). Terminado el desaguisado,  Carlos V anuló las gobernaciones, quedando establecido en todo el territorio el Virreinato de Perú, aunque todavía hubo que liquidar a otro rebelde, Francisco Hernández de Girón. Un balance delicioso.
       Conviene repetir que, al menos temporalmente, lo correcto habría sido que Almagro hubiese respetado la posesión del Cuzco que ya tenía Pizarro, como, con claridad meridiana, le había advertido Carlos V (en la carta que ya hemos visto), ordenándole que saliera de la ciudad injustamente ocupada. O el documento llegó tarde, o Almagro atacó sin darse por enterado.
     Continúa diciendo Garcilaso: “Estas medidas y razones inconsistentes imaginaron Almagro y los de su bando para precipitarse en abandonar Chile y volverse al Cuzco, donde tantos males causaron a su vuelta. Hernando Pizarro (recordemos que Francisco Pizarro se encontraba en la lejana Lima), con el parecer de los suyos, respondió que él no estaba con su autoridad, sino con la del gobernador, a quien había hecho pleito homenaje (juramento solemne y tradicional de los caballeros) de no entregar la ciudad del Cuzco a otro sino a él. Por lo que no cumpliría con la ley de caballero ni con la obligación militar si se la entregase”.

     (Imagen) Se podría decir que las guerras civiles las empezó ALMAGRO apoderándose del Cuzco y apresando a HERNANDO y GONZALO PIZARRO. Hubo que esperar  nueve años para que llegara el hombre providencial que iba a acabar con todas las rebeldías: PEDRO DE LA GASCA. Qué poco se habla de él y qué grande fue. Era un clérigo que había sido soldado. Y un extraordinario político al que con toda justicia se le llamó El Pacificador. Toda esa experiencia tuvo que ponerla otra vez en práctica en Perú para conseguir lo que parecía imposible, derrotando con astucia a Gonzalo Pizarro, para después ocupar a todos los capitanes en seguir conquistando tierras nuevas bajo una única bandera. Fue duro cuando hizo falta, pero nunca por venganza. No necesitó más que cuatro años para dejar el Perú encarrilado. Se volvió a España en 1551, y Carlos V lo llevó consigo  en su viaje a Flandes, sin duda agradecido. Fue nombrado sucesivamente obispo de Palencia y de Sigüenza, donde murió con 74 años. BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO cuenta algo irrepetible y maravilloso. Para reunirse con FELIPE II (todavía Príncipe), hacían antesala cuatro personajes magníficos de las Indias: el propio BERNAL, el apocalíptico BARTOLOMÉ DE LAS CASAS, el gran humanista y defensor de los indios VASCO DE QUIROGA y PEDRO DE LA GASCA. Vasco le reprochó a Pedro haber sido demasiado blando ante los abusos de los españoles contra los nativos. Pedro le contestó bromeando, porque se equivocaba: hasta en eso fue modélico, y los indígenas lamentaron mucho que tuviera que marcharse.



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