jueves, 5 de abril de 2018

(Día 660) La versión que da Alonso Enríquez del episodio de las cabezas de los cristianos añade datos importantes. Hernando Pizarro quiso enviar algunos jinetes en ayuda de los españoles de Lima, pero le convencieron de que era un error porque, dada su valía, el poder defensivo del Cuzco quedaría muy mermado.


     (250) Seguro que Enríquez de Guzmán estaba de acuerdo con esa decisión, porque es casi un milagro que alabe a Hernando Pizarro, a quien odiaba sin paliativos. Lo que dice a continuación (y que tanto le agradece a la Virgen) rectifica la versión de Pedro Pizarro. No parece cierto que Hernando Pizarro zanjara las discusiones ordenando quedarse sin salir del Cuzco, tomando después, como ya vimos, la acertada iniciativa de atacar la fortaleza desde donde más daño les hacían  los indios. Es más creíble lo que cuenta Enríquez. Su primera decisión fue enviar gente adonde Pizarro, pero luego cambió de idea porque ocurrió algo providencial (el episodio de las cabezas cortadas a los españoles que ya nos ha contado Pedro Pizarro): “Pero mejor acertó la Madre de Dios, que ese día, después de la misa, antes de que partiesen, dieron gran grita en un cerro muchos indios, y salió Hernando Pizarro con otros, huyendo los indios. Y dejaron en el camino cinco cabezas de cristianos y muchas cartas que habían tomado a algunos cristianos que habían matado y que el Gobernador había enviado en socorro de esta ciudad del Cuzco. Los indios los habían vencido y nos traían esto para descorazonarnos, pero fue darnos la vida, pues lo hacía la Virgen, y en su santo día”.
     Fue así como se acabaron las discusiones entre los cercados: “Por lo cual dejamos de dividirnos y de pensar en mandar gente, porque por las dichas cartas supimos lo que queríamos saber, que era que el Gobernador nos enviaría gente. Y supimos de la victoria que el Emperador tuvo en Berbería, en la toma de Túnez, y nos vino un jubileo muy grande, el mayor que se ha visto, que venía por medio de la Emperatriz, nuestra señora. También me vinieron a mí las cartas que os he dicho de mi tierra y del Gobernador. Durante otros tres meses, no tuvimos más noticias”. Fue entonces cuando consiguieron expulsar a los indios de la amenazante fortaleza, de manera que esos tres meses de que habla resultaron más tranquilos.
     Los españoles  daban por hecho que los indios volverían a atacar, pues tenían la curiosa costumbre de suspender las luchas para ocuparse de sus cultivos. Seguimos con Pedro Pizarro: “Manco Inca y los orejones se habían hecho fuertes en Tambo, y estaban aguardando que los indios hubiesen sembrado y se pasase el invierno para tornar en verano a poner otro cerco en el Cuzco. Entonces Hernando Pizarro acordó enviar a quince de a caballo a dar aviso al Marqués don Francisco Pizarro de que estábamos vivos y nos enviase socorro. Apercibidos ya  para salir, se juntaron don Alonso Enríquez y el tesorero Riquelme con otros principales y le hicieron un requerimiento a Hernando Pizarro de que no los enviase, porque era la flor de la tropa: Juan Pancorbo, Alonso de Mesa, Valdivieso, Pedro Pizarro (el propio cronista), Hernando de Aldana, Alonso de Toro, Juan Jullio, Cárdenas, Escacena, Miguel Cornejo, Solar, Tomás Vázquez, Juan Román, Figueroa y Villafuerte (casi todos, héroes anónimos y brillantes jinetes de los que nunca se habla). Y ciertamente, tuvieron razón don Alonso Enríquez y el tesorero Riquelme y los demás que contradijeron la salida de estos, porque en verdad eran mucho sustento para la guerra y defensa del Cuzco (un auténtico equipo titular). Pues oído el requerimiento, Hernando Pizarro mudó de parecer entendiendo que era acertado lo que  le pedían”.

     (Imagen) Entre los selectos jinetes que Hernando Pizarro había pensado mandar a Lima estaba JUAN DE VALDIVIESO. Nos va a servir para encadenar una serie de triunfos y desgracias, como ejemplo de lo que era habitual en las Indias. Había hecho fortuna y sobrevivido milagrosamente al cerco de ocho meses mantenido en el Cuzco por el bravo Manco Inca. Pero consta que en 1543 ya había muerto, probablemente en las carnicerías de las guerras civiles. Tenía dos hijas mestizas y, probablemente por disposición de los funcionarios del rey, fueron confiadas a otro personaje heroico para que las llevara a España guardándoles el dinero que les correspondía como herencia. Se trataba del prestigioso capitán PEDRO ANSÚREZ CAMPO REDONDO. Desgraciadamente, en las Indias, los viajes podían ser tan peligrosos como las batallas. Un ataque de piratas acabó con la vida de Ansúrez. Se ocupó de las mestizas otro de los grandes, ALONSO DE ALVARADO, entregánsedolas en España a un tío suyo. La herencia de las dos niñas desapareció, cosa también frecuente, y su tutor la reclamó judicialmente a los herederos de Ansúrez, como se ve en el documento de la imagen, que, muy resumido, dice: “Don Carlos y Doña Juana (llamada ‘la Loca’, y que figuró como reina durante toda su larga vida): Hacen saber a los jueces que D. Francisco de Valdivieso, regidor de la ciudad de Toro, como tutor de las hijas de Juan de Valdivieso, su hermano, reclama a los herederos del capitán Pedro Ansúrez unos mil pesos de oro que le fueron dados en Perú al dicho capitán de los bienes del dicho Juan de Valdivieso (difunto) para las dichas sus hijas”.



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