miércoles, 25 de abril de 2018

(Día 677) Alonso Enríquez de Guzmán se llena de argumentos para justificar que Almagro decidiera ocupar el Cuzco, y le manda ocultamente una carta diciéndole que se va a pasar a su bando. Cuenta que, al entrar Almagro en el Cuzco, fue recibido triunfalmente, y que a él le dedicó especiales atenciones.


     (267) Luego Enríquez resulta casi cómico por su falta de objetividad, dando por cierto lo que era dudoso, pero en lo que va contando hay un trasfondo real de los hechos que ocurrieron: “Y luego, gobernando esta ciudad como si fuera suya, no siéndolo, ni tampoco de su hermano, se puso en armas y enseño a los indios amigos a pelear contra cristianos para que no entrase don Diego de Almagro con su gente, el cual tenía derecho a la ciudad por ser suya la gobernación, según las provisiones del Emperador, alegando Hernando Pizarro que no había tomado posesión de ella anteriormente (cuando partió Almagro para Chile). Pero eso fue por tres cosas: porque entonces no habían llegado las provisiones de Su Majestad, pues las trajo muy despacio el dicho Hernando Pizarro (era cierto); porque el gobernador del Nuevo Reino de Castilla era su compañero don Francisco Pizarro (y no quería enemistarse con él), y porque el dicho don Diego estaba deseoso de descubrir  nuevas tierras, ensalzar la fe católica y aumentar los reinos al Emperador”. Las cosas fueron así, pero no tan ‘puras’. Principalmente, lo que le animó a Almagro a volver fue haber fracasado en Chile y agarrarse como una lapa al sueño de poseer el Cuzco (en el mejor de los casos, con dudosos derechos).
     Nos cuenta después con claridad cómo se pasó al bando de Almagro de forma inmediata y sin la menor duda, aunque ocultándoselo a Hernando Pizarro hasta que su ‘adorado’ entró en la ciudad: “Viendo Almagro que le impedían entrar en su casa, le tuvimos cuatro días convenciéndonos desde unos andenes, encenagados él y su gente en lodo como puercos, lloviendo y venteando; y en verdad, si no fuera por nuestro tirano, nosotros nos diéramos a este requiebro, según estaba trabajando, y por sus buenas costumbres (otra exageración: había muchos, si no la mayoría, partidarios de Hernando)”. Y entonces el sin par Enríquez hizo la maniobra de traicionar  a su odiado jefe: “Por tercera persona, le escribí a su real y le dije que yo era suyo, aunque con miedo del dicho mi padre (es un zumbón: como si él fuera una doncella que se entrega y Hernando su temible padre)”.
    Como sabemos, Diego de Almagro entró por la fuerza en el Cuzco y apresó a Hernando Pizarro, a su hermano Gonzalo, y a varios capitanes suyos: “Don Diego de Almagro fue recibido en el Cuzco con el Te Deum Laudamus, en paz de la Santa Madre Iglesia, en servicio del Rey y por honra y contento de  todos nosotros (no cuenta que el Cabildo se vio obligado a recibirlo como gobernador). Comenzó a gobernar usando sus buenas obras e intenciones, honrando, haciendo mercedes y agradando a todos, no dejando de castigar a los que se habían excedido contra el servicio del Rey. A mí me abrazó y recibió como a un hijo, y me dijo: ‘Señor don Alonso, por ser criado del Emperador y por vuestra persona y naturaleza, os tengo que tratar como a quien sois y os pido por merced que no dejéis de aconsejarme en mis secretos temporales y espirituales, porque en todo os he de favorecer y ayudar”.

     (Imagen) Es tan desconcertante el personaje de DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN, que resulta imposible saber lo que había en su interior. Su trepidante vida estuvo llena de aventuras y de comportamientos contradictorios. Tuvo trato directo con Carlos V y con Felipe II, quienes tampoco supieron cómo catalogarle: era demasiado escurridizo. Hernando Pizarro le envió a Carlos V unas acusaciones contra Enríquez porque colaboró con Almagro para facilitarle la ocupación del Cuzco. El rey mandó de inmediato una orden a las autoridades de la ciudad, cuyo texto resumo: “Conviene que Don Alonso Enríquez, participante en la prisión de Hernando Pizarro en el Cuzco, y culpable de las alteraciones y de todo lo demás que de la entrada de Don Diego de Almagro en esa ciudad resultó, venga a estos reinos. Por ende, yo vos mando que lo prendáis y lo enviéis a nuestros oficiales que están en Sevilla en la Casa de la Contratación de Indias, para que le pongan preso en dicha casa y nos avisen de su venida”. Pero, oh sorpresa: salió en su defensa FRANCISCO PIZARRO. Le dice en una carta a Carlos V: “Don Alonso Enríquez siempre estuvo a vuestro real servicio en las alteraciones de Don Diego de Almagro, por lo que le he favorecido. Lo manifiesto para que se conozca que las culpas que de él se sospechaban, han resultado méritos, los cuales obligan a que Vuestra Majestad le haga mercedes”. Un artista de la prestidigitación DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN.



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