lunes, 27 de marzo de 2023

(1989) Los tlaxcaltecas creían descender de gigantes. Cortés liberó a indios que ellos tenían para sacrificarlos. Llegó el momento de partir hacia la capital de México, y los españoles cometieron el trágico error de escoger la ruta de Cholula.

 

     (42) –Veamos, my dear, cómo surgían los mitos de gigantes.

     -Es que la naturaleza es engañosa, my honest priest. Dice Bernal que les preguntaron a los tlaxcaltecas de dónde procedían, “pues tan diferentes y enemigos eran de los mexicanos. Y contaron que les dijeron sus antepasados que antiguamente había entre ellos hombres muy altos y de grandes huesos, y porque eran muy malos los mataron peleando con ellos. Y para que lo viésemos, nos trajeron un hueso de ellos, que va de la rodilla a la cadera, del altor de un hombre. Yo me medí con él, y tenía tan gran altor como yo, que soy de razonable cuerpo; todos nos espantamos y tuvimos por cierto haber habido gigantes en esta tierra. Y aquel gran hueso lo mandamos a  Castilla para que lo viese Su Majestad”. Esta historieta del fósil nos sirve para saber que Bernal no era un canijo.

     -Razonaron con lógica, secre, pero tenían de todo menos paleontólogos para poder saber que se trataba de fósiles de animales ya desaparecidos. También habían asimilado, como Moctezuma, la creencia de que “vendrían unos hombres desde donde nace el sol a les sojuzgar y señorear, y dijeron que si somos nosotros, que se holgarán de ello, pues tan esforzados y buenos somos”. Pero, como todos aquellos pueblos, los de Tlaxcala tenían su parte siniestra: “Había unas casas de madera hechas de redes y llenas de indios e indias encarcelados y a cebo engordándolos para sacrificar y comer,  las cuales cárceles las deshicimos para que se fueran los presos. Y los tristes indios no osaban ir a sitio ninguno sino estarse allí con nosotros (terrible: único refugio), y así escaparon las vidas. Y en adelante, en todos los pueblos en que entrábamos lo primero que mandaba nuestro capitán era quebrarles las cárceles y echarles fuera los prisioneros. Y Cortés mostró tener mucho enojo de los caciques de Tlaxcala y se lo riñó bien enojado, y prometieron que no matarían ni comerían de aquella manera más indios”. Bernal termina la historia con el desencanto de la realidad. “Digo yo, ¿qué aprovechaba todos aquellos prometimientos si, en volviendo la cabeza, hacían las mismas crueldades?”. Y llegó, por fin, el gran momento.

     -No sin discordias, querido Sancho. “Viendo Cortés que hacía 17 días que estábamos holgando en Tlaxcala, acordó con los que le teníamos buena voluntad partir en breve hacia México, pero hubo en el real muchas pláticas de disconformidad por los grandes poderes que tenía Moctezuma. Cuéntanos la réplica de Cortés.

     -Para Cortés y sus entusiastas era impensable renunciar ya  a México, y dijo que “sobraban otros consejos; y viendo su determinación, y sintiendo sus contrarios que muchos de los soldados le ayudábamos a Cortés y decíamos ‘¡adelante, en buena hora!’, no hubo más contradicción. Los que andaban en pláticas contrarias eran los que tenían haciendas en Cuba; que yo e otros pobres soldados teníamos siempre ofrecidas nuestras ánimas para Dios, que las creó, y los cuerpos a heridas y trabajos en servicio de Nuestro Señor Dios y de Su Majestad. Viendo los caciques de Tlaxcala que queríamos ir a México, pesábales en el alma”. Se hartaron de decirles que era un desatino, y que, si iban, que nunca se fiaran, y que “so color de paces, los mexicanos les harían mayores traiciones”. Curiosamente, todavía estaban allí los embajadores de Moctezuma, “y decían que  el mejor camino para ir a México era por la ciudad de Cholula, y nos pareció bien, por lo que los caciques se entristecieron y nos dijeron que no fuéramos por allí porque en Cholula siempre tiene Moctezuma sus tratos dobles encubiertos; pero, por más que nos dijeron, acordamos ir por Cholula”. Pésima decisión.

     (Foto: zona arqueológica de la gran pirámide de Cholula, con el santuario de Nª Sª de los Remedios encima).




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