(22) –Estás
tembloroso, secre, como los enamorados.
-Te encanta la guasa, reve; pero esta vez tienes ‘algo’ de razón. Va a
aparecer en el escenario una mujer indígena adorable, por mucho que la hayan
criticado unos y otros. Bernal siempre la va a tratar con enorme respeto y
admiración: él sí que herviría de tierna pasión frente a ella porque todavía
era ‘mancebo’ (24 explosivos años). Vayamos por partes. Que lo cuente Bernal:
“A 15 días del mes de marzo de 1539, vinieron muchos caciques y principales de
Tabasco haciéndonos mucho acato”. Esta amistad con un grupo numeroso de indios,
la primera que consiguieron, abrió las puertas a la única estrategia que podía
permitir el triunfo de los españoles; hizo que sus sueños dejaran de ser una locura
imposible: jamás hubo trastornados con tanta suerte. Los indios trajeron muchos
regalos, “pero no fue nada todo este presente en comparación de 20 mujeres, y
entre ellas una muy excelente mujer que se dijo doña Marina, que así se llamó
después de vuelta cristiana”. Su nombre indio era, probablemente, Malinche,
pero nosotros, como Bernal, la llamaremos per in secula doña Marina. Se respetó
su nobleza de hija de cacique, dándole el entonces muy distinguido trato de
‘doña’. Pronto veremos el porqué de su decisiva importancia y de su ubicua
presencia en este ‘novelón’ de México. Luego Cortés, por medio de Aguilar, se
mostró muy agradecido y les dijo a los caciques que trajeran a toda su gente,
“y que en esto conocería que tenían verdadera paz, y en dos días lo hicieron y
quedó todo poblado”. Le explicaron a Cortés que habían atacado porque otros
caciques les presionaron, y porque Melchorejo les animó, “y supimos que le
sacrificaron; pues tan caro les costó su consejo. Un día después, fray
Bartolomé de Olmedo dijo misa con todos los caciques delante, y predicó a las
20 indias, y luego se bautizaron, y se puso por nombre doña Marina a aquella
india y señora que nos dieron. Y verdaderamente era cacica e hija de grandes
caciques, y bien lo mostraba en su persona. Estas fueron las primeras
cristianas de Nueva España”. Suéltalo, Sancho, o revientas.
-Pues sí, compañero: hablemos de una contradicción. Queda absolutamente
claro que se permitía (qué remedio) tener amantes indígenas, pero la estructura
religiosa exigía que estuvieran bautizadas. Doña Marina tendría entonces 17
vivarachos años.
-Como sé que te cae bien, tierno abad, sigue hablando de ella.
-La extraordinaria doña Marina se integró plenamente en la cultura
española. No olvidaría sus raíces, pero supo ver que una sociedad mucho más
humana, especialmente para las mujeres, le abría sus puertas. A pesar de sus
comienzos, entregada como amante, acabó sus días casada con un español y muy
apreciada en su entorno. Cuando la conozcan bien, comprenderán vuesas mersedes
que es cruel criticar su vida. Dice Bernal que “Cortés repartió estas mujeres a
cada capitán la suya. Y como doña Marina era de buen parecer (guapa), entremetida (simpática) y desenvuelta, se la dio a
Alonso Hernández de Puertocarrero, y desde que Puertecarrero fue a Castilla
(cuando me trajo las joyas a Sevilla) estuvo la doña Marina con Cortés e hubo
un hijo que se dijo don Martín Cortés (reconocido
por su padre)”. Esto es un anticipo de lo mucho que contará más adelante,
con ojos de cordero enamorado, el gran Bernal.
(No me acusen de exagerado vuesas mersedes, aunque yo también me estoy
poniendo tontorrón, pero esa belleza azteca de la foto podría haber sido doña
Marina. Quítenle el maquillaje si quieren, y hasta los adornos de tela, pero
cuidadito con suprimir su encantadora sonrisa, sus rasgos orientales, los ojos
oblicuos, la nariz ligeramente aguileña, o esos deliciosos pómulos. Que nadie
se meta con ella o me liaré a hisopazos y excomuniones).
No hay comentarios:
Publicar un comentario