-Hasta el mejor cirujano, tierno abad, puede meter mal el bisturí. Sigue
diciendo Bernal: “Como ya los caciques y papas se sosegaron, les dijo Cortés
que quemaran los ídolos que hicimos pedazos, y así lo hicieron”. Y nos describe
a los ‘atractivos’ papas: “El hábito que llevaban eran unas mantas oscuras a
manera de sotanas hasta los pies; y traían el cabello muy largo lleno de sangre
pegada y muy enredado, que no se podía esparcir, y hedían como azufre, y tenían
otro muy mal olor como de carne muerta; y no tenían mujeres, mas tenían el
maldito oficio de sodomía, y ayunaban ciertos días”. Recobrado el buen rollito
con los de Cempoala, Cortés, después de
decir a los indios “que ahora que los teníamos como hermanos les
favorecería en todo contra Moctezuma”, cristianizó el ambiente colocando un
altar, “mandó que se quitase las costras de sangre que había en los cúes y que
lo aderezasen todo muy bien, y que los papas se trasquilasen e vistiesen mantas
blancas e que anduviesen siempre limpios. Y para que lo cumplieran puso allí como ermitaño a un soldado cojo y
viejo que se decía Juan de Torres, cordobés (vaya
encarguito). Y al otro día se dijo misa, y se bautizaron a las 8 indias que
nos habían entregado”. Ya nos dijiste por qué, Sancho.
-Triste y contradictoria cosa, secre: para que no fuera pecaminoso el
amancebamiento. Y sigue Bernal: “A la sobrina del cacique gordo se la llamó
doña Catalina, y era muy fea. Se la dieron a Cortés por la mano, y él la
recibió con buen semblante (no sabe uno
si lo dice con ironía). A otra hija de un
gran cacique, se puso por nombre doña Francisca, era muy hermosa para
ser india, y se la dio Cortés a Alonso Hernández Puertocarrero. Luego nos
despedimos de todos, y en adelante, los indios siempre nos tuvieron muy buena
voluntad, especialmente desde que vieron que recibió Cortes a sus hijas y nos
las llevamos con nosotros”. Tenemos que subrayar, eminente escribano, esos dos
logros fundamentales de los españoles: con tremendo esfuerzo y mucha sangre, se
logró anteriormente la amistad de los indios de Tabasco; y de la manera más
pacífica, los totonacos de Cempoala, con su cacique gordo al frente, se
pusieron en las manos de Cortés porque intuyeron que solo los españoles podían
sacudirles el yugo de Moctezuma. Esta última alianza será especialmente
rentable. Cortés aprendía rápido.
-Y enhorabuena, daddy, porque te va a mandar ahorita el tesoro.
-Razón tienes, biógrafo mío: ya vimos cuándo le mandó Moctezuma aquella
preciosa colección de objetos; enseguida me los enviará a mí Cortés para que se
los entregue a Su Majestad. Pero antes sigue contando Bernal: “Después de
quedar como amigos los indios, nos fuimos a la villa (Veracruz), y llevábamos con nosotros algunos principales de
Cempoala, y le dijimos los soldados a Cortés que ya sería bueno ir a ver qué
cosa era el gran Moctezuma, y también se puso en plática que enviásemos a Su
Majestad todo el oro que se había habido, y él respondió que estaba bien
acordado”. Por si alguno ponía pegas, Cortés explicó que sería muy importante hacerlo así para ganar el favor del rey, “e
desta manera todos a una firmaron su conformidad. E luego se nombraron para que
fuesen como procuradores a Castilla a Alonso Hernández Puertocarrero y a
Francisco de Montejo (amigo de Velázquez),
al que ya Cortés le había dado dos mil pesos para tenerlo de su parte, y se les
dio el mejor navío, yendo de piloto Antonio de Alaminos, que sabía cómo ir por
las Bahamas porque fue el primero que navegó aquellas aguas”.
(Ponemos ese tosco y brutal grabado por su antigüedad y porque es el
único, de los que hemos encontrado, que representa con bastante fidelidad y en
acción a los siniestros ‘papas’ que nos ha descrito Bernal).
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