(25) –Siempre
igual, secre: ¿qué problemas tenemos para hoy?
-Pues como de costumbre, dottore, variaditos. Dice Bernal: “En aquellos
arenales había muchos mosquitos, así zancudos como de los chicos que llaman
mosquitos, que son peores que los grandes, y no podíamos dormir. Y no había
bastimentos, y el cazabe estaba muy mohoso y sucio. Y algunos soldados que
tenían indios en Cuba estaban suspirando
por volver a sus casas, en especial los criados y amigos de Diego Velázquez; e
como vio así la cosa, Cortés mandó que nos fuéramos a un pueblo que se llama
Quiauiztlán, pero los amigos y deudos de Velázquez le dijeron que para qué
quería hacer el viaje sin bastimentos, e que no se podía pasar más adelante
porque ya se habían muerto de heridas, dolencias y hambre unos 35 soldados, y
que era mejor volver a Cuba. Y Cortés respondió que no es buen consejo volver
sin ver por qué, e que hasta ahora no nos podíamos quejar de la fortuna; y que
en cuanto a los que se habían muerto, que en las guerras suele acontecer. Y con
esta respuesta se sosegó algo la parcialidad de Diego Velázquez, aunque no
mucho”. Mientras, Cortés maniobraba.
-Rasón tenedes, perspicaz mansebo. Dio un paso más en su desacato a
Velázquez, y encima les hizo una jugada poco honorable a sus soldados. Bernal
cuenta que Puertocarrero y otros dos capitanes le sondearon a él (lo estaban
haciendo con muchos otros) de cara a tomar una decisión muy importante. Le
dijeron: “Mirá, señor, tened secreto de lo que os queremos decir, que pesa
mucho, y que no se enteren los de la parte de Diego Velázquez”. Basándose en
que el gobernador había publicado que la expedición tenía derecho a poblar, y
al parecer solo había permiso para rescatar, de manera que si volvían a Cuba
perderían todas sus esperanzas, le plantearon bien clara su intención: “Estamos
muchos caballeros amigos de vuestra merced dispuestos a que esta tierra se
pueble en nombre de Su Majestad, y de Hernando Cortés en su real nombre; y
tenga, señor, voluntad de dar el voto para que todos lo elijamos por capitán.
Yo respondí que la ida a Cuba no era buen acuerdo, y que sería bien que la
tierra se poblase e que eligiésemos a Cortés por general y justicia mayor hasta
que Su Majestad otra cosa mandase”. Los partidarios de Velázquez, “que eran
muchos más que los nuestros”, le dijeron a Cortés que dejara de conspirar y
ordenara la vuelta a Cuba. Y el ‘zorreras’ se la lio de nuevo.
-Así es: aparentó estar de acuerdo. Cuenta tú la jugarreta, reve.
-Adicto al camuflaje, querido biógrafo mío, el maniobrero Cortés, “sin
demostrar enojo, dijo que le placía obedecer a Diego Velázquez, y mandó
pregonar que el día siguiente nos embarcásemos todos (para volver a Cuba)”. La esperada reacción se produjo de
inmediato: “Los que estábamos de su parte le requerimos que poblase y no
hiciera otra cosa, porque era muy gran servicio de Dios y de Su Majestad, y se
le dijo muchas cosas bien dichas sobre el caso, de manera que Cortés lo aceptó,
y aunque se hacía mucho de rogar, como dice el refrán ‘tú me lo ruegas y yo me
lo quiero”. Tendrían que darle un óscar por su calidad de actor. Pero no le
pareció bastante enredo, porque aprovechó la tensión creada para quedarse, no
ya con una ‘gallina’, sino con dos; y en este caso salieron estafados todos,
los amigos de Velázquez y sus propios fieles, aunque Bernal subraya claramente
el robo. Veámosle a Cortés en su aspecto más indigno: “Puso como condición que
le hiciésemos Justicia Mayor y Capitán General, y lo peor de todo, que le
diésemos el quinto del oro de lo que se hubiese después de sacado el real
quinto. Y le dimos esos poderes delante de un escribano del rey”. Jamás
conquistador alguno se atrevió en Indias a birlarle a sus compañeros con tanto
descaro gran parte de lo que les pertenecía. Solo se entiende la aceptación por
la enorme dependencia que tenían de su jefe. Pero esa espina se les quedaría
clavada para siempre.
(Foto del Palacio de Cortés en Cuernavaca y de su estatua; di que sí,
Hernandito: necesitabas el quinto del oro para alcanzar tu grandeza).
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