-Ya sabes, tierno abad, aquello de que se empieza pirómano y se termina
bombero. “Xicoténcal el Mozo dijo que ya
había muerto (matado) muchos teúles (españoles
endiosados) y la yegua, y que quería acabarnos de vencer y matar. Desde que
oyeron la respuesta su padre y los demás caciques (los ‘ancianos’), se enojaron
y mandaron a todos los capitanes que no fuesen con el Xicoténcal a darnos
guerra”. Pero no se presentaron adonde Cortés para hacer las paces, al parecer
por miedo al irascible y joven caudillo. Entre tanto, volvieron a flaquear los
partidarios de Velázquez, ansiosos por acabar aquella pesadilla volviendo a
Cuba. “Uno de ellos, que habló por todos y que tenía buena expresiva, le dijo a
Cortés que mirase cuán mal andábamos todos”. No tuvo difícil amontonar
argumentos basados en las dificultades y peligros pasados, presentes y futuros.
Tras contestarles que “en todos esos peligros no me habréis conocido tener
pereza, que en ellos me hallaba con vosotros; e tuvo razón de lo decir porque
en todas las batallas se hallaba entre los primeros”, elaboró una brillante
réplica mostrándoles la botella medio llena, y apelando, entre otras cosas, a
la riqueza, el honor y la gloria. “Y además de lo hablado por Cortés, todos los
que le habíamos alzado por capitán y aconsejado dar al través con los navíos dijimos
en alta voz que no se preocupase de corrillos ni de oír semejantes pláticas,
sino de que estemos con buen concierto para hacer lo que convenga. Y así
cesaron todas las pláticas”. Xiconténcal el Joven por su parte, como estrategia
de despiste, mandó varios indios con comida a los españoles, “y supo doña
Marina (porque lo decían los totonacas)
que eran espías, y se lo dijo a Cortés, que consiguió que confesaran que así
era y que Xicoténcal iba a dar aquella noche con todas sus capitanías contra
nosotros, por lo que mandó que se les
cortaran, a unos las manos, y a otros los pulgares, y se los enviamos a Xicoténcal.
Y como vio llegar a sus espías de aquella manera, perdió el brío y la soberbia; además se le había ido
del real un capitán con su gente porque tuvieron discusiones desde las batallas
pasadas”. Santo remedio: aunque, pasado el tiempo, habrá otro grave conflicto
con aquel rebelde (quizá con sincera causa), los tlaxcaltecas fueron por fin a
negociar la paz.
-Y sería, dulce trovador, el principio de un bello amor eterno. Estamos
asistiendo a una encrucijada esencial en el viaje hacia el enfrentamiento con
Moctezuma. Españoles, totonacas y tlaxcaltecas vencerán, serán derrotados y,
siempre juntos, lograrán la victoria definitiva. Cuando llegaron los caciques
de Tlaxcala acompañados de una muchedumbre de indios, la primera reacción de los
españoles fue de alarma, pero pronto vieron que venían en son de paz y con
muchos regalos. Hicieron señales de amistad y gestos protocolarios de sumisión,
“y dijeron que venían a meterse bajo la amistad de Cortés y de todos sus hermanos teúles, y que les perdone por la
guerra que nos habían dado, porque tuvieron por cierto que éramos amigos de
Moctezuma viendo en nuestra compañía a muchos de sus vasallos que le dan
tributos. Cortés se hizo el enojado por las tres veces que nos dieron guerra,
pero dijo que los recibía en nombre de nuestro rey y señor. Y desde entonces
nos traían muy bien de comer. Y cuando aquello vimos y nos parecieron las paces
ser verdaderas, dimos muchas gracias a Dios, porque estábamos ya tan flacos y
trabajados con las guerras, y sin saber el fin que habría dellas”. Le saca a
Bernal de quicio que el cronista Gómara comente que los soldados se le querían
amotinar a Cortés. Dice que “nunca capitán fue obedecido con tanto acato y
puntualidad, y las palabras que le decían era para bien aconsejarle y porque
les parecía que estaban bien dichas”.
(En la foto, una estatua situada también en Tlaxcala-Xicohténcatl, pero
de otro de sus héroes patrios: Tlahuicole. Su lucha fue contra Moctezuma, y
anterior a la llegada de los españoles; quizá, de haber tenido la oportunidad,
se hubiese unido a Cortés para tomarse la revancha contra los aztecas).
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