-Choca ciertamente, docto abad, el contraste de la tiranía de su poder
con la vulnerabilidad de su carácter. Escribe Bernal: “Tras darnos Nuestro
Señor la victoria de las batallas de Tlaxcala, voló nuestra fama por todas
aquellas comarcas y fue a oídos del gran Moctezuma. Y si de antes nos tenían
por teúles, puso espanto en todas las tierras cómo, siendo nosotros tan pocos y
los tlaxcaltecas de muy grandes poderes, los vencimos. Por manera que Moctezuma
temió nuestra ida a su ciudad, y nos envió cinco principales con un presente de
oro y joyas muy ricas, y a decirnos que
se holgaba mucho de nuestra gran victoria y que quería ser vasallo de
nuestro gran emperador”. Era, sin duda, una hipócrita oferta, porque se
mostraba dispuesto a pagar tributo a Carlos V “con tal que no fuésemos a
México, porque la tierra era fragosa”.
-Como ves, jovencito, un argumento pueril. Los embajadores tuvieron
ocasión de presenciar otro hecho preocupante para los mexicanos. “Vino el
capitán Xicoténcal el Mozo con muchos caciques y muy de paz, y le hizo mucho
acato a Cortés, que, con gran amor, le mandó sentar cabe sí”. Pidió perdón por
las batallas, diciendo que había creído que los españoles estaban al servicio
de Moctezuma. Y sigue Bernal: “Era Xicoténcal alto de cuerpo y de gran espalda
y bien hecho, y tenía la cara larga e como hoyosa y robusta; era de unos 35
años, y mostraba en su persona gravedad. Y dijo que tenía por cierto que, con
nuestra compañía, serían guardadas sus personas, mujeres e hijos, y no estarían
con sobresalto de los traidores mexicanos. Y Cortés le dio las gracias muy
cumplidas y con halagos”. Partieron los tlaxcaltecas, “y a los embajadores
mexicanos les pesó en gran manera las paces, y le dijeron a Cortés que todo lo
que le habían dicho era burla y palabras engañosas de hombres muy traidores”.
Sin que Cortés diera importancia al comentario,
tras partir los mexicanos con la promesa de traer pronto más noticias de
Moctezuma, y aprovechando el remanso de paz después del triunfo logrado, lo primero que hizo fue
mandar las maravillosas noticias a los de la Villa Rica, y darles algunas
instrucciones, entre ellas las de que “siempre favoreciesen a los pueblos
totonacas, nuestros amigos (desde
Veracruz hasta Tlaxcala todo quedaba pacificado)”.
-Sigue con la copla, santo clérigo, que también pensaba en la misa.
-Así es, puritano joven. Entonces, aunque pecadores, éramos muy creyentes.
Por eso pidió además Cortés a los de la villa Rica “que le enviasen pronto dos
botijas de vino que había dejado soterradas en su aposento, y asimismo trajesen
hostias de las que habíamos traído de la isla de Cuba, porque ya se habían
acabado”. Vuestras malisiosas y poco piadosas mersedes sepan que las botijas de
vino eran para celebrar la santa misa, y que aquellos toscos soldados se
sentían medio perdidos si faltaba la eucaristía. Bernal al habla: “Volvieron de
México seis principales y trajeron un rico presente del gran Moctezuma, que le
rogaba a Cortés que no confiase en los de tlaxcaltecas”. Era otra ingenua
trampilla; casualmente los de Tlaxcala, ansiosos porque Cortés no se decidía a
visitarlos, llegaron entonces en masa con sus caciques principales, “y nos
hicieron gran acato”. Al decir Cortés que no había ido aún porque le faltaba
gente para llevar a cuestas la artillería, “sintieron tanto placer que en los
rostros se les conoció, y dijeron: ‘Malinche (Cortés), ¿por eso has esperado y no lo has dicho?’. Y trajeron al
otro día sobre 500 indios de carga, y comenzamos a marchar con mucho orden
camino de Tlaxcala”. Bernal, en boca de los nativos, llamará Malinche
repetidamente a Cortés, y lo explica: “La causa de haberle puesto este nombre
los indios es que, porque Doña Marina, nuestra lengua, estaba siempre en su
compañía, le llamaban a Cortés ‘el capitán de Marina’, y para más breve, le
llamaron Malinche”. Tiene razón Bernal, pero lo deja confuso. En realidad se
debía a que el nombre real de esa mujer sin par era Malinchin.
(Foto: escena del Lienzo de Tlaxcala, cuyo original, de mediados del
XVI, se perdió, pero pudo ser reproducido en esta copia del XVIII; narra la
toma de México con la colaboración de los tlaxcaltecas, y en él aparece con
mucha frecuencia Doña Marina al lado de Cortés como su intérprete de la lengua
náhuatl).
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