(26) –Lo bueno
de Cortés, airoso jubilado, era su productividad.
-Así es, my dear. Tras ningunear a los partidarios de Velázquez, la
situación quedó clara: él era el jefe supremo y estableció el derecho a poblar
en aquellas tierras. ¿Y cuándo empezó a hacerlo? El mismísimo día en que zanjó
el asunto: “Y luego fundamos una villa que se nombró la Villa Rica de la Vera
Cruz (es bonito asistir al parto de tan
gran ciudad) porque habíamos desembarcado en Viernes Santo de la Cruz. E
hicimos alcaldes e regidores (concejales);
y fueron los primeros alcaldes Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco
Montejo, a quien le metió Cortés porque no estaba muy bien con él (o sea, para ganárselo). Y se puso una
picota en la plaza (donde se avergonzaba
a los delincuentes), y fuera de la villa una horca”. (Sin embargo aquello
no era más que una fundación virtual, simple y astuto pretexto para amarrar las
cosas, porque será más tarde, como veremos, cuando la pobló de verdad). Bernal
menciona otros nombres, y hace una aclaración sobre alguien al que siempre
trata con especial afecto: “Dirán agora que cómo no nombró al capitán Gonzalo
de Sandoval, que llegó a ser la segunda persona después de Cortés. A esto digo
que, como era mancebo entonces, no se tuvo tanta cuenta con él hasta que le
vimos florecer en tal manera que todos le teníamos en tanta estima como al
propio Cortés”. A los del bando de
Velázquez se les atragantó la prepotencia del jefazo, “y harto trabajo teníamos
para que no se desvergonzasen más y viniésemos a las armas”. El previsor
mandamás juntó la instrucción de Velázquez, en la que le ordenaba: “Desque
hubiéredes rescatado lo más que
pudieres, os volveréis”, con el poder que le acababan de dar en Veracruz, y el
pregón que se publicó en Cuba (con permiso de Velázquez) anunciando que el
objeto de la expedición era poblar, “y esto fue a causa de que Su Majestad
supiese cómo todo era en su real servicio”. Ya siento, querido Sancho, que te
lleves otro mal rato.
-Me voy acostumbrando, apuesto jubileta, a pasar vergüenza ajena. “Y fue
harto buen acuerdo, según cómo en Castilla
nos trataba Don Juan Rodríguez de Fonseca (pobre ‘padrino’ mío), que fue obispo de Burgos y arzobispo de
Rosano, pues supimos por muy cierto que andaba por nos destruir. E volvieron
los amigos de Velázquez diciendo que no querían estar debajo de su mando, sino
volverse a Cuba. Y Cortés les respondió que no los detendría e que le daría
licencia a cualquiera que se lo pidiese”. Un lío tras otro.
-Pero Cortés era torero fino. Veámosle otra larga cambiada, daddy.
-Una vez más, santo jubilado, las tácticas de Cortés: se niega a
regresar a Cuba, y dice que el que quiera marcharse tendrá su licencia, aunque
se quede solo (será teatrero…). Y sigue Bernal: “Y con esto asosegó a algunos,
pero, con otros amigos del gobernador, en tanto vino la cosa que poco ni mucho
le querían obedecer. Y Cortés determinó prender a Juan Velázquez de León, Diego
de Ordaz (pronto quedaría seducido por el
hechizo de Hernán), Escobar, Pedro Escudero y a otros que ya no me acuerdo (Bernal siempre tan espontáneo)”. Volvió
Alvarado de una salida para conseguir comida, y contó los horrores que había
visto en varios adoratorios. Tendremos que hacer como dice Bernal: “Y dejemos
de hablar de tanto sacrificio, pues desde allí adelante en cada pueblo no
hallábamos otra cosa. Y tornemos a nuestra plática, que, como Cortés en todo
ponía gran diligencia, procuró hacerse amigo de los de Diego Velázquez, de
manera que a unos con dádivas del oro que habíamos tenido, que quebranta peñas (¡ele!), e a otros con prometimientos,
los atrajo a sí, y los sacó de las prisiones, e hizo tan buenos amigos de Juan
Velázquez de León y de Diego de Ordaz como luego se verá, y todo con el oro,
que lo amansa”.
(Imagen de Veracruz en 1615: es muy representativa porque aparece la
ciudad y, sobre el islote, el fuerte de San Juan de Ulúa).
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