(21) –Me
estremezco, hijo mío: aumenta el voltaje de la guerra.
-Certo, caro; lo cuenta con detalle Bernal: “Los indios traían penachos,
tambores y trompetillas, las caras almagradas (rojas), blancas y prietas (oscuras),
y grandes arcos, flechas, lanzas, rodelas, espadas y muchas ondas de piedra (añadamos el pavor que producían sus
horrendos sacrificios); y como eran grandes escuadrones, se vienen como
rabiosos y nos cercan, que la primera arremetida nos hirieron a más de 70, e un
soldado murió pronto de un flechazo en el oído; y nosotros, con los tiros y
ballestas y a grandes estocadas les hicimos apartar; Mesa, el artillero, mató
muchos de ellos porque, como eran grandes escuadrones y no se apartaban, daba
en ellos a su placer”. Cortés, con la caballería, atacó a los indios por la
retaguardia, “e los indios creyeron que caballo y caballero era todo uno, porque
no habían visto caballos. Y desde que los hubimos desbaratado, nos detuvimos
debajo de unos árboles, dimos muchas gracias a Dios, y curamos a los soldados y
caballos quemándoles las heridas con el unto (la grasa) de uno de los indios muertos, que fueron más de 800, y
prendimos 5 indios; luego enterramos a dos soldados nuestros”. Y se pone
guasón.
-Es un caso Bernal, querido socio: finamente, se carcajea del famoso
cronista López de Gómara porque escribió que intervino en la batalla San Pedro
o Santiago con un caballo blanco. Le hace papilla la versión, aunque él, como
buen cristiano, cree que Dios les ayudó: “Pudiera ser verdad lo que dice el
Gómara e yo, como pecador, no fuese digno de verlo. Lo que yo entonces vi fue a
Francisco Morla (no a un santo) en un
caballo castaño, algo separado de Cortés, que me parece ahora que lo estoy
escribiendo que se me representa toda aquella guerra por estos ojos pecadores,
e ninguno de los conquistadores que se hallaron allí dijeron tal cosa”. Escribe
después una frase que marca como un hito aclaratorio el inicio de la epopeya
que estaban edificando: “Aquesta fue la primera guerra que tuvimos en compañía
de Cortés en la Nueva España”. Sin duda se trató del examen para pasar el
noviciado, y lo superaron todos con la máxima nota, cada uno en su sitio dentro
de un bloque arrollador y con Cortés como jefe indiscutible. Tenemos ya una
muchedumbre de indios vencidos.
-Y los veremos convencidos, reverendo. Aparece el Cortés político.
-Sí, señor; el ilustre extremeño era más peligroso negociando que
batallando: especialista en vender la burra coja. “Cortés soltó a dos de los
indios presos, les dio cuentas verdes y diamantes azules, e por medio de
Aguilar, les dijo muchas palabras sabrosas e de halagos, y que les queremos como hermanos e que no tuviesen
miedo, y que llamasen a todos los caciques porque les queremos hablar”.
Tanteando la oferta y el riesgo, los caciques enviaron “quince indios esclavos,
entiznadas las caras, y con las mantas y bragueros que traían muy ruines, con
algo de comida”. Cortés los recibió bien, pero “les dijo medio enojado que, si
querían paz como les ofrecimos, que viniesen señores a tratar de ella”. Luego
vinieron 30 indios principales que pidieron perdón por su ataque, y Cortés les
dio licencia para enterrar a sus muertos, pero había preparado una farsa que
parece ridícula, aunque resultó efectiva. Convencido de que los indios
idealizaban a los caballos y la artillería, les quiso mostrar que ambos “seres
mitológicos” estaban muy enfadados con ellos por haber iniciado la batalla;
disimuladamente se disparó un cañonazo, quedando los indios horrorizados por el
estruendo; y luego trajeron un caballo que se alborotó entero porque sintió el
olor de una yegua en celo que había estado allí antes. “Y los caciques creyeron
que por ellos hacía aquellas bramuras y
estaban espantados”. Luego Cortés, con buenas palabras, los tranquilizó. Y hubo
muchas pláticas entre Cortés y los principales; dijeron que volverían al otro
día, traerían un presente y hablarían más cosas; y así fueron muy contentos”.
(En la foto solo se ven dos, pero vienen detrás miles de guerreros de
Tabasco; hay que estar como un cencerro para no salir corriendo hacia los
navíos).
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