-Pero el jefe supremo, honrado clérigo, era Cortés, y quiso mandar su
propia misiva. Bernal habla de la que firmaron los demás, capitanes y
soldados conjuntamente. Sigue tú, por
dos razones.
-Vale, malandrín, que siempre estás tocando en la misma tecla, aunque
primeramente copiaré algo curioso que yo no sabía: le dicen al rey que
“enviamos 4 indios que quitamos en Cempoala, que tenían a engordar en unas
jaulas de madera para luego sacrificarlos y comérselos”. Esos indios, hijo mío,
me llegaron a Sevilla, pero ahora me entero de la situación en que habían
estado. Y la tecla que vuelves a tocar es la de Fonseca (qué cruz). Dice Bernal
que, en la carta que escribieron, le advertían al rey de que temían que Fonseca
favoreciera a Velázquez dándole la gobernación de Nueva España, porque le había
regalado encomiendas de indios “que le sacan oro de las minas, y no dejó ningún
pueblo para la real corona; y le pidieron que le hiciesen la merced de la
gobernación a Cortés, y dieron muchos loores de él, hasta ponerlo por las
nubes. Y nos rogó que le mostrásemos la carta, y hubo mucho placer de los
loores que de él dábamos”. Pero aparece otra vez el Cortés tramposo y
acaparador de todo el brillo: “Empero,
no quiso que dijéramos lo del quinto del oro que le prometimos, ni que
declaráramos quiénes fueron los primeros descubridores, porque en su carta no
hacía mención de Hernández de Córdoba ni de Grijalva, sino de él solo, a quien
atribuía la gloria y el honor todo (bravo,
Bernal). Y no faltó quien le dijo que a nuestro rey y señor no se le ha de
dejar de decir todo lo que pasa. En julio de 1519 partieron los enviados de San
Juan de Ulúa y llegaron a la Habana”. Al enterarse el gobernador Velázquez del
objeto y destino del viaje, “tomáronle sudores de muerte, y de presto mandó dos
navíos para apresar la nave, pero no la hallaron y se volvieron a Santiago de
Cuba. Y luego le aconsejaron sus amigos que enviase sus quejas a España al
obispo de Burgos (Fonseca), que
estaba de presidente de Indias y hacía mucho por él (así me puso a mí en la Casa de la Contratación, hijo mío); y
también envió a dar sus quejas a la Audiencia de Santo Domingo”. No menciona a
mi sobrino, que estaba allí de oidor, entonces en apuros, pero sus datos
históricos son de toda garantía.
-Sigue, sigue, sapientísimo clérigo, que no tiene desperdicio.
-Fue la época en que los frailes jerónimos tenían la máxima autoridad en
la audiencia dominicana (la única que había entonces en Indias). Bernal deja
claro que no le hicieron ni caso a Velázquez, puesto que Cortés ya iba
cimentando su gran prestigio. Para mayor infortunio del gobernador, acababa de
llegar el licenciado Zuazo con la misión de tomarle residencia (habitual examen
de control de los funcionarios), “y cuando lo supo el Diego Velázquez, se
acongojó mucho más, y de muy gordo que era, se quedó flaco en aquellos días”.
Pero reaccionó con la rapidez y el veneno de una cobra: “con gran diligencia
preparó una recia armada para prender a
Cortés y a todos nosotros”. Esta flota sería después un problema descomunal
para Cortés, que, cómo no, también lidió con ágil elegancia. Porque, tomen nota
sus mercedes, se componía de once barcos y unos mil trescientos soldados. “Y
puso por su capitán a un hidalgo que se decía Pánfilo de Narváez, hombre alto
de cuerpo y membrudo, natural de Valladolid, con buenos pueblos de indios y muy
rico, e hablaba algo entonado como de bóveda (no nos hagas reír, Bernalito). Y dejaré ahora al Velázquez
aderezando su armada”.
(En la foto, el linajudo y ‘gordo’ Diego Velázquez de Cuéllar, hombre de
gran valía, veterano del 2º viaje de Colón, gobernador de Cuba, hiperactivo fundador
de ciudades, protegido de mi ‘padrino’ Fonseca, y siempre vencedor, menos con
Cortés, a quien quiso hacer la vida imposible pero perdió todas las partidas).
No hay comentarios:
Publicar un comentario