domingo, 12 de marzo de 2023

(1976) Moctezuma le envío a Cortés mensajeros con regalos. Los dos echaron mano de una falsa diplomacia. De la que careció por completo Cortés al destruir ídolos de sus amigos totonacos, los cuales estuvieron a punto de rebelarse.

 

     (29) –Qué bonito trabajo, entrañable discípulo: vivir en directo aquella loca aventura de México y hacerlo al ladito de Bernal.

     -Ciertamente, querido maestro; y de paso sacamos de las sombras (toda luz es poca para él) a ese delicioso soldado-escritor. Moctezuma, cuyo comportamiento siempre será un misterio, cuando llegaron los dos recaudadores teatralmente liberados por Cortés, entró también en el jueguecito de los tanteos mutuos, y envió a dos sobrinos suyos cargados de regalos para darle las gracias, con todo el empalago de las farsas diplomáticas, “pero, por otra parte, se quejó mucho porque con nuestro favor se habían atrevido aquellos pueblos a hacerle la gran traición de no darle tributo y negarle la obediencia”. Con otra ridícula mentira, Cortés les dijo a los sobrinos que “éramos amigos de su señor Moctezuma, y como tal servidor le ha guardado a sus tres recaudadores. Y luego los mandó traer de los navíos, y con buenas mantas y bien tratados se los entregó. E les dijo que le pide por merced al señor Moctezuma que perdone el desacato que los indios han tenido contra él, porque no pueden servir a dos señores y en aquellos días nos han servido en nombre de nuestro rey y señor”. ¿No es kafkiano el argumento, reverendo?

     -Y ofensivo, jovencito: como si hablara con el más tonto de México. Para que los sobrinos de Moctezuma gozaran de un buen espectáculo (y quedaran impresionados), “Cortés mandó que corriesen y escaramuceasen algunos jinetes, de lo cual se holgaron de haberlo visto. Y despedidos y muy contentos, se fueron a su México (la distancia era de unos 400 km)”. Como Bernal, en cuanto le brota por asociación algo pintoresco, lo suelta en plan de charla (y es de agradecer), dice: “En aquella sazón se le murió el caballo a Cortés, y compró, o le dieron, otro que se decía el Arriero, que era castaño oscuro, que fue de Ortiz el Músico y un Bartolomé García el Minero (nunca falla: ya dio antes estos datos en su relación de caballos), y fue uno de los mejores que hubo en la armada”. Él sabe que se ha salido sin permiso del hilo de la narración, pero lo arregla diciendo (tropezará mil veces, afortunadamente, en la misma piedra): “Dejemos de hablar de esto, y diré que aquellos indios amigos nuestros que creían que el gran Moctezuma enviaría sus grandes ejércitos para destruirlos, desde que vieron que sus parientes venían con presentes y a darse por servidores nuestros (así lo pensaron), decían que ciertamente éramos teúles, y que Moctezuma nos tenía miedo”. Sin pausa y con prisa, Cortés y sus cuates iban ganando terreno.

     -Sigue contando, ilustre socio de tertulias, el siguiente pasito.

     -Gracias, joven. Cortés estuvo a punto de estropear la idílica paz conseguida con los totonacos. Quiso imponerles un cambio radical de costumbres: eliminar no solo los sacrificios humanos, sino también  la sodomía. (Aunque algunos historiadores consideran que no era una práctica habitual, es evidente que sí, por dos razones: 1.- Su moral no sería tan estricta como la cristiana. 2.- Tendrían que estar totalmente ciegos los españoles para que, absolutamente en todos los rollos imperialistas que les soltaban, les exigieran el abandono de esa costumbre ‘nefanda’). Los caciques contestaron que esta la prohibirían, pero que “no podían dejar sus ídolos y sacrificios, y Cortés les dijo que los habían de derrocar; cuando aquello vieron, el cacique gordo mandó a sus capitanes que apercibiesen a los guerreros en defensa de sus ídolos”. Cortés no cedió, y los indios ‘se arrugaron’, pero no quisieron hacerlo ellos, y “dijeron que, si los queríamos derrocar, que no era con su consentimiento; y no lo hubieron bien dicho, cuando subimos unos 50 soldados y los derrocamos, y vinieron rodando por las gradas aquellos sus ídolos hechos pedazos. Y cuando lo vieron, comenzaron a darnos guerra; nosotros echamos mano al cacique gordo, a seis papas y a otros principales, y les dijo Cortés que si hacían guerra, habían de morir todos ellos. Y entonces el cacique gordo mandó a sus gentes que se fuesen y que no hiciesen guerra”.

     (Véase una reproducción artística del ‘tranquilizador’ ambiente en el que tiraron los ídolos gradas abajo. Le faltó ‘diplomacia’ a Cortés).




No hay comentarios:

Publicar un comentario