(1126) El
cronista Alonso de Góngora Marmolejo, otra vez sin morderse la lengua,
va a censurar a Pedro de Valdivia, y vamos a comprender por qué nunca menciona
a Inés Suárez, de la que hay que reconocer que fue una mujer excepcional:
"En estos mismos días, Valdivia salió de Concepción con cuarenta soldados,
casi todos capitanes, muy en orden. No llevó más gente porque en aquel tiempo se
tenía en poco a los indios, pues no sabían pelear ni aun tenían ánimo para ello,
pero cuando conocieron los caballos (lo dice en el sentido de que
aprendieron a manejarlos) y trataron a los cristianos, supieron
defender sus tierras. Valdivia fue al lugar donde sacaban el oro, y dio orden a
un vecino de Concepción, llamado Diego Díaz y natural de Sanlúcar, de que pusiese
allí la defensa conveniente. Luego se
fue a Arauco, donde tenía otro fuerte. Siendo allí informado de lo de
Tucapel, partió luego con treinta y seis soldados. No llevó más porque había
escrito a la ciudad Imperial que para tal día se juntasen con él en la casa de
Tucapel veinte hombres principales, aunque habría podido llevar mucha gente, pero,
cuando las cosas están ordenadas por el Divino Juez, no se puede ir contra
ellas. Y es de suponer que quiso castigar
a Valdivia por sus culpas y su vida pública, dando mal ejemplo a todos por
estar siempre amancebado con una mujer de Castilla". Marmolejo se muestra
implacable, pero nos revela algo sorprendente, si es cierto lo que dice. Pedro
de la Gasca le exigió a Valdivia, para ser gobernador, que abandonara a Inés
Suárez, y lo cumplió rápidamente casándola con Rodrigo de Quiroga. Pero, como
lo cuenta Marmolejo, parece que seguía amancebado con ella porque su mujer,
Marina Ortiz de Gaete, no había llegado todavía de España. También puede ser
que lo que le interesaba subrayar a Marmolejo era que Dios lo castigó por eso,
aunque con efecto retardado.
En cualquier caso, el 'castigo' va a ser terrible. "Dejados estos
secretos para el Juez Justo que lo sabe, diré que Valdivia fue camino de
Tucapel, confiado en su ventura y buenos éxitos. Los indios, que tuvieron
noticia de su venida, se juntaron en grandísimo número, y fueron al fuerte de
Tucapel y lo quemaron. Estando todos juntos, se levantó de entre ellos un
yanacona (criado indio, apresado por los españoles), llamado Alonso (era
el gran Lautaro, al que también llamaban Felipe los españoles), que había
sido criado de Valdivia y le había servido de mozo de caballos. Estando atentos
a a sus palabras, les comenzó a decir que los cristianos eran mortales como
ellos y los caballos también, y que, si ellos peleaban bien, no dudasen de que
los desbaratarían, y que deberían preferir tener como hombres una muerte noble
defendiendo sus casas, a vivir siempre muriendo. Luego añadió que, si querían seguir
sus consejos, él les indicaría cómo habían de pelear y qué habían de hacer para
desbaratarlos. Los indios principales le dijeron que en todo guardarían
cualquier precepto de guerra que les diese. Luego les mandó que le esperasen en
una loma rasa que había cerca del fuerte de Tucapel".
(Imagen) Hemos visto surgir de la nada,
pero como un fogonazo, al gran LAUTARO, a quien en mala hora lo tuvo Pedro de
Valdivia como criado, aunque es probable que lo apreciara. Las palabras del
cronista dan a entender que, por entonces, ni siquiera los indios lo consideraban
un líder. Nació hacia 1534 y era hijo del cacique Curiñancu. Cuando tenía unos
once años fue capturado por los españoles, con los cuales permaneció otros
seis, estando al servicio directo de Pedro de Valdivia, quien, sin duda,
sentiría afecto por aquel niño, dado que, además, valía mucho. Pero Lautaro
tenía motivos para odiar a Valdivia, ya que, no
solo acababa de derrotar a su padre, sino que aunque no lo mató, mandó
cortarle a él, a la madre de Lautaro y a todos los guerreros mapuches los dedos
de los pies, para que no persiguiesen a los españoles. Valdivia convirtió al
muchacho en su propio paje, y todo apunta a que les caía simpático a sus
soldados. En ese ambiente agradable, Lautaro asimiló el estilo de vida de los
españoles, y fue aprendiendo todas las habilidades militares de los soldados, incluida
la equitación (algo que durante muchos años estuvo prohibido para los nativos
en todas las Indias), el uso de las armas y las estrategias de ataque. Valdivia,
incluso, le dio el cargo de caballerizo suyo. Nadie se daba cuenta de que
habían metido al zorro en el gallinero. Llegado el año 1552, Lautaro, el casi
'graduado' militar, se escapó de los españoles, y, naturalmente, montado a
caballo como experto jinete. Sus intenciones estaban claras: luchar al lado de
su pueblo enseñándoles todo lo que había aprendido. Consiguió que, por primera
vez en las Indias, los nativos crearan un escuadrón de caballería, y tuvieran
un jefe ducho en tácticas militares modernas. Si a eso añadimos que Lautaro mostraba
una extraordinaria capacidad de liderazgo, el resultado fue espectacular. En
diciembre de 1553, tuvo una importante participación en la batalla de Tucapel,
donde fue derrotado Valdivia, y luego salvajemente matado. Protagonizó, además,
otros duros enfrentamientos con los españoles: contra los Catorce de la Fama,
en la batalla de Marihueñu, en la primera y segunda destrucción de Concepción,
en la batalla de Peteroa y en la de Mataquito. Pero también a Lautaro le llegó
su hora. Y fue en esta última batalla (abril de 1557), la de Mataquito, donde
Francisco de Villagra lo derrotó, y Lautaro resulto muerto. Su cadáver fue
descuartizado, y su cabeza quedó expuesta durante largo tiempo en la plaza de
Santiago de Chile.
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