(1137) Francisco de Villagra seguía
maniobrando para ganarse voluntades mientras permanecía a la espera de lo que
decidiesen en Perú sobre el nombramiento del gobernador de Chile: "Usando de una precaución diabólica, según
la cual, como la debía de tener ya pensada anteriormente, manifestó que los
repartimientos de indios que daba y había dado no tenían carácter de
definitivos, con el fin de que la persona que, en nombre del rey, fuese
gobernador de Chile pudiese repartirlos como le pareciese (quizá lo hiciera
con la intención de que los favorecidos desearan que él fuera el nombrado),
aunque después se arrepintió, porque don García de Mendoza, al llegar como
gobernador a Chile, basándose en lo que había dicho Villagra, dio los
repartimientos como quiso. Y, para más sujetar las voluntades de los que
consigo había de llevar en la salida de ataque a los indios, Villagra abrió la
caja del Rey y sacó de ella dieciséis mil pesos, y los repartió entre los
soldados que más necesidad tenían (lo cual parece una clara ilegalidad)".
Y se pusieron en marcha: "Por el mes
de enero del año 1555, salió de la ciudad de Santiago con ciento sesenta
hombres camino de La Imperial, con gran cuidado, porque el territorio estaba
lleno de indios alzados. No supieron si estaba poblada la ciudad hasta que
entraron por sus puertas, y fue grande la alegría de los vecinos cuando los
vieron llegar a la plaza. Luego se lo comunicaron a la ciudad de Valdivia, y
envió Villagra como teniente suyo al licenciado Altamirano (otra prueba de
amistad entre los dos), con algunos soldados a los que había dado
repartimientos de indios en ella. Después de haber agradecido a
Pedro de Villagra (era su primo y su teniente en la ciudad) el trabajo
que había tenido, y disfrutado con juegos de cañas, cosa que a ninguno pareció
bien, salió con cien hombres, se fue adonde había quedado abandonada la ciudad
de Angol, haciendo de camino la guerra a los indos y quitándoles las sementeras
hasta que llegó el otoño. Como esperaba impaciente noticias del Perú sobre el
nombramiento del gobernador, envió a seis soldados a la ciudad de Santiago para
que le informasen al respecto. Como volvieron sin ninguna novedad, partió hacia
Santiago con sesenta soldados de su confianza".
Pero no necesitó andar mucho para
enterarse de que lo decidido en Lima era sorprendente: "Llegado a mitad de
camino, supo que el mensajero que había enviado a Lima (Arnao Segarra) había
regresado, y que los señores de la Audiencia de Lima mandaban, porque ansí
convenía para evitar pasiones entre sus vasallos, que Villagra y Aguirre licenciasen de inmediato a la gente que tenían
y se fuesen a sus casas, de manera que dejaban sin efecto los nombramientos
hechos por los cabildos y por su gobernador, Pedro de Valdivia, y, en
consecuencia, ordenaban que fueran los alcaldes ordinarios quienes, cada uno en
su jurisdicción, administrasen justicia. Cuando lo supo Villagra, mandó quitar su
estandarte, y, a los que iban con él, les dijo que él tenía que obedecer lo que
su rey mandaba, por lo que les rogaba que cada uno se fuera adonde quisiese. Él
se quedó con sus criados, y siguió con ellos hacia Santiago. Francisco de
Aguirre, cuando conoció la provisión, la obedeció e hizo lo mismo que Villagra".
Habrá luego más complicaciones, pero, de momento, actuaron los dos de forma
civilizada.
(Imagen) La decisión de la Audiencia de
Lima era tajante: cerraron el paso a los dos que pretendían el cargo de
gobernador de Chile, Francisco de Villagra y Francisco de Aguirre. Pero no
tenía sentido dejar sin cabeza temporalmente la administración del país cuando
los peligrosísimos mapuches seguían llenos de odio y con ansia de destruir a
los españoles. Además, se sentían invencibles después de haber logrado el gran
triunfo de derrotar y matar a Pedro de Valdivia, lo que trajo de paso la
desmoralización de los soldados españoles porque continuaban fracasando frente
a los nativos, hasta el punto de tener que abandonar varias ciudades. Ambos
candidatos obedecieron. Quizá el desastre de las guerras civiles de Perú dejara
a los españoles inmunizados frente a la tentación de rebelarse contra la
Corona, teniendo también en cuenta que todos los cabecillas acabaron
ejecutados. El cronista Marmolejo añade una anécdota que se refiere a cómo
llegó a ser el maniobrero Francisco de Villagra gobernador de Chile, años
después, gracias a una gestión que había realizado poco antes de que ocurriera
lo que ahora estamos viendo: "Antes de que estas cosas sucedieran, hizo
Francisco de Villagra una diligencia por la cual vino después a ser gobernador.
Y fue que hizo a su manera una probanza de sus méritos, con la cual y con
cartas favorables de los cabildos en las que solicitaban que fuese gobernador,
le envió a España a un hidalgo llamado Gaspar de Orense, natural de Burgos, para
que lo negociase con el rey don Felipe, y, como compensación por su trabajo, le
dio seis mil pesos de oro (unos dieciocho kilos). Con este encargo, navegó
hacia España, y, saliéndole mal el viaje, se ahogó cerca de Arenas Gordas, que
está junto a Sanlúcar. Algunas cartas las llevó el mar a tierra. Como la
pérdida fue grande, y la armada llevaba gran cantidad de plata y oro, acudieron
allí algunos mercaderes, y, entre otras muchas cartas que llegaron a tierra
mojadas, hallaron aquellas. Las cuales terminaron en manos de un pariente de
Villagra, hermano de su mujer, clérigo de misa, llamado licenciado Agustín de
Cisneros, el cual pidió favores a algunos hombres importantes, y fue a negociar
la gobernación con Su Majestad, que estaba en Inglaterra. De esta manera, abrió
el camino para que, cuatro años más tarde, el Rey se la concediera, y, de esa
forma, llegó a ser gobernador, como más adelante diremos".
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