(1132) A pesar de la incertidumbre sobre
si Francisco de Villagra contaría con el reconocimiento general como
gobernador, él siguió centrado en organizar el enfrentamiento contra los
envalentonados araucanos: "Nombró como maestre de campo al capitán Alonso
de Reinoso, que lo había sido en su compañía cuando partió del Perú, hasta que
entró en Chile, hombre de grande práctica de guerra por ser muy antiguo en las
Indias y haber tenido siempre cargos. Llegado al río de Biobío, lo atravesó con sus hombres, y llegó a un valle
que se llama Andalicán (iban a castigar a los indios). Allí salió el
maestre de campo a cortarles las sementeras y arrancarles los maíces,
destruyéndoles todo lo sembrado. Después fueron a otro valle que se llama Chivilinguo,
e hicieron lo mismo. Los indios tampoco estaban descuidados, pues daban por
cierto que la muerte de Valdivia la habían de querer vengar los españoles.
Sabiendo los indios que pasarían por el valle de Arauco, los caciques
decidieron juntarse, nombraron capitanes, y, como principal de todos, al señor
de Arauco, llamado Peteguelen, y acordaron
esperar a Villagra en una cuesta grande del valle".
La armonía entre Villagra y Reinoso se va a romper por no estar de acuerdo en la estrategia:
"Como Villagra, tras haber cortado las sementeras de los indios en este
valle, no batalló con ellos, aunque lo sabía hacer, y a pesar de habérselo
aconsejado su maestro de campo, después nunca se llevaron bien. Lo que Villagra
quería era ir hasta el valle de Arauco, pues
le parecía mala señal no haber visto indios, y dijo que no había necesidad de
atacar antes. El día siguiente al de su llegada a Arauco, tomó el maestre de
campo la vanguardia cuesta arriba. Llegó al llano donde se encontraban los
indios, los cuales dieron una gran grita. Reinoso asentó la artillería, y los
cristianos que a caballo estaban fueron contra los indios y los echaron por una
ladera abajo. Entonces Villagra, animando a su gente, llegó con ciento sesenta que pelearon con gran determinación. Ocurrió
que, mientras iniciaba otro ataque Villagra, uno de sus soldados, llamado
Cardeñoso, queriendo en público mostrar su valentía, se arrojó solo contra un
escuadrón de muchos indios. Mientras peleaba, lo derribaron del caballo, y en
presencia de todos, lo hicieron pedazos sin que pudieran socorrerlo. Fue cosa admirable
cómo quiso este hombre acometer una hazaña tan grande. Y, ciertamente, es de creer que si
todos tuvieran su ánimo habrían conseguido la victoria".
Con la última frase, Marmolejo nos ha
anticipado el desastre de los españoles: "Para esta batalla hicieron los
indios una invención de guerra diabólica. En unas varas largas como una lanza,
ataban un lazo que estaba abierto, y, echándoselo por la cabeza a los que iban
a caballo, los sacaban de la silla, daban con ellos en tierra y los mataban a
lanzadas y golpes de porras que traían. Y así, en una arremetida que hizo
Villagra, lo sacó un indio del caballo, y, si no fuera rápidamente socorrido,
lo habrían matado. Algunos indios tomaron su caballo y se lo llevaban, pero
cargaron tantos soldados sobre ellos, que se lo quitaron y volvió a subir en él".
(Imagen) Los temibles araucanos (también
llamados mapuches), que estaban poniendo en peligro todo lo conquistado por los
españoles en Chile, les hicieron sufrir una humillante derrota. Era el año
1554, poco después de que mataran 'refinadamente' al gran Pedro de Valdivia:
"Francisco de Villagra, viendo que la situación era muy apurada, entró en
consejo de guerra para decidir qué se podría hacer para no perderse. Estando él
en esta plática con algunos hombres principales, los indios se sentaron y
descansaron comiendo de lo que allí les traían sus mujeres. Habiendo descansado
un poco, posponiendo todo temor, atacaron tan determinadamente a los cristianos,
que les obligaron a volver las espaldas. A unos doce soldados de a pie, que no
tenían el amparo de los de a caballo, los hicieron pedazos. Los indios les tomaron
a los españoles la artillería, y los persiguieron hasta otra cuesta, donde se
encontraron con un gran escuadrón de nativos bien armados, que los esperaban en
gran manera animosos. Como los españoles iban desbaratados y el camino de huida
era muy estrecho, al bajar por allí, se apretaron de tal manera que, por pasar
unos delante de otros, se estorbaban temiendo a los indios que alanceaban y
mataban. Viéndose morir sin poder pelear, y como los apretaban tanto, fueron por la ladera abajo para llegar a lo
llano por aquel camino de peñas, malo para descender a pie, y peor a caballo. Por
allí iban despeñándose los caballos, con gran lástima para los que veían cómo
llegaban abajo ellos por una parte y sus amos por otra. Como alcanzaban el pie
de la cuesta aturdidos, se dejaban matar por los indios con grandísima
crueldad, habiendo sido mejor morir peleando, pues habrían tenido alguna
posibilidad de salvarse, pero no huyendo entre gente tan cruel, que a ninguno dejaron
vivo. De los demás españoles, cada uno huyó por donde pudo,
camino de la ciudad de Concepción, sin tener en cuenta a su capitán (Villagra)
ni su capitán a ellos, pues así de medrosos iban. Y fue su pesadumbre tanta,
que la fortuna parecía perjudicar a Francisco de Villagra y ser favorecedora de
los indios, pues, por dondequiera que iban los españoles, hallaban cerrados los
caminos con madera y los indios preparados para el ataque. En aquellos pasos, mataron a muchos cristianos,
y hubo otros que, por habérseles cansado los caballos, murieron a manos de los
enemigos que los iban siguiendo.
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