(1134) Según el cronista, luego se le echaba
la culpa a Villagra de tanta muerte de españoles, ya que no le importó que la
huida fuera en desbandada, sin poderse ayudar unos a otros. Sin embargo, él
lo justificaba porque, según su
criterio, lo prioritario era llegar pronto al río que habían de pasar, porque,
así, no morirían todos. Tuvieron, además, la fortuna de que los indios habían
dejado sin quemar cuatro barcas: "Comenzaron a pasar dándose tan buena
maña, que, cuando amaneció, ya estaban en la otra parte del río. Aquel día llegó
Villagra a la ciudad de Concepción con ochenta hombres tan maltratados, que todos
les tenían lástima. Después se dirigió a los vecinos diciéndoles que era
imposible vencer a aquellos indios que estaban tan enardecidos, pero que, no
obstante, él daría la cara, y les pedía que se preparasen para defender la
ciudad, porque era de suponer que los enemigos habían de venir a
atacarla".
Pero la tiste realidad era otra cosa, y a
Villagra empezó a afectarle la gravedad de la situación: "Viendo
que los de la ciudad eran hombres mal armados, Villagra, que debía solucionarlo
todo, lo hacía con tanta tibieza, que se entendía que tuviera pláticas con su
maestre de campo, Gabriel de Villagra (que era su teniente en Concepción), y se
supo de qué hablaban. Además, se enteraron de que en Santiago no le habían
querido recibir a Villagra como gobernador, sino que llamaron a Francisco de
Aguirre. Pareció también que había salido de la casa de Villagra una noticia
falsa, según la cual, muchos escuadrones de indios pasaban el río de Biobío. Luego
se extendió por el pueblo, y los hombres, desanimados, decían que, por
conservar sus vidas, todo se había de posponer, y que, si se perdiese lo que
tenían, eso no era nada en comparación de lo que se ganaba desamparando la
ciudad para irse a Santiago. A pesar de que los que eran hombres discretos
entendían que todo aquello debía decidirlo el capitán que allí mandaba,
pareciéndoles que, aunque quisiesen, no les harían caso, se conformaban con los
demás, y veían que Villagra no hacía diligencia alguna".
Aunque es bastante confusa la narración
del cronista, parece claro que Francisco de Villagra estaba tan desanimado,
que, en el fondo, deseaba abandonar la ciudad por temor al ataque inminente de
los mapuches, pero de manera que pareciese que él no había podido impedirlo:
"Extendido el miedo por la ciudad, comenzaron algunos hombres y mujeres a
irse hacia la ciudad de Santiago, unos tras otros. Sabido esto, Villagra, para
que a él no le trajese perjuicio en algún tiempo, mandó al capitán Gabriel de
Villagra que fuese al camino por donde iban, y ahorcase a todos los que se
fuesen, el cual le contestó que eran muchos los que se iban, y que mandase lo
que fuese servido. Villagra, con esta respuesta, juntó a los del cabildo, y les
dijo que ya veían que los vecinos desamparaban la ciudad con los ánimos
derribados, y que él tenía por cierto, por lo que había visto, que no podrían
resistir en Concepción si los indios venían contra ellos. Y añadió que le
parecía mejor, antes de que, sin orden, se fuese la gente una noche con riesgo
de que sobreviniese algún caso adverso, marcharse ya todos juntos. Los del
cabildo estuvieron de acuerdo con la voluntad que tenía, y enseguida se llevó a
cabo, siendo gran lástima ver a las
mujeres a pie ir pasando los ríos descalzas".
(Imagen) Ya le dediqué una imagen a Mencía
de los Nidos, pero es ahora el cronista Alonso de Góngora Marmolejo quien nos
la muestra en la escena que la hizo pasar a la Historia como la mujer que
superó en valentía, a Francisco de Villagra y a todos los habitantes de la
ciudad de Concepción, cuando decidieron abandonar la plaza por miedo al ataque
de los mapuches: "Entre las mujeres de aquel lugar, hubo
una tan valerosa, que, con ánimo más de hombre que de mujer, con un montante (espada
larga) en las manos, se puso en la plaza de aquella ciudad diciéndoles a
todos en general muchos oprobios y palabras de mucha valentía. Pero Francisco
de Villagra no se interesó en ello, aunque en su presencia le había dicho: 'Señor
general, ya que vuestra merced quiere nuestra destrucción sin tener respeto a
lo mucho que perdemos todos, si este abandono de la ciudad es por algún
provecho particular de vuestra merced, váyase en hora buena, que las mujeres
sustentaremos nuestras casas, y no huiremos a las ajenas sin otra razón más que
la de una noticia que se ha hecho circular por la ciudad, que debe de haber
salido de algún hombrecillo cobarde. No permita vuestra merced que se nos haga a
todos daño tan grande'. Villagra, como estaba deseando irse, no hizo caso a lo
que dijo esta señora, llamada doña Mencía de los Nidos, natural de Extremadura,
de un pueblo llamado Cáceres. Si esta matrona viviera en el tiempo en que Roma
mandaba en el mundo, le habrían hecho un templo en el que fuera venerada para
siempre. Los que iban huyendo por tierra, lo dejaron todo en sus casas para quien
lo quisiere tomar, y en la casa de Pedro de Valdivia quedó la tapicería colgada,
con gran cantidad de ropa y muchas mercaderías y herramientas, todo tan perdido,
que ponía gran tristeza ver la destrucción que le llegó a aquella ciudad. Un
vecino que se hallaba fuera, en su encomienda de indios, iba hacia la ciudad
sin saber que estaba despoblada, y desde un alto vio que los indios andaban robando
y saqueando lo que hallaban, y quemando las casas. Visto su daño, fue en
dirección de Santiago, por el camino que
llevaba Villagra. El cual despobló aquella ciudad que cuatro años antes, en
1550, la había fundado Pedro de Valdivia con mucho trabajo. Francisco de
Villagra fue recibido en Santiago con gran descontento del pueblo".
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