lunes, 25 de octubre de 2021

(1549) La crueldad entre indios y españoles era de ida y vuelta, con especial ensañamiento por parte de los mapuches. El obispo AGUSTÍN DE CISNEROS, cuñado de Francisco de Villagra, fue un personaje extraordinario.

 

     (1139) Nunca sabremos si el cronista Marmolejo exagera, pero, aunque así sea, habrá que dar por hecho que la táctica de Pedro de Villagra (no esperar el ataque de los indios, sino ir a por ellos en constantes salidas desde La Imperial) había producido estragos en las poblaciones nativas. Además de lo que ya ha contado, sigue diciendo: "Les vino otro mal, y fue que los indios que escapaban, que eran pocos, como no tenían qué comer, se comían los unos a los otros, hasta el punto de que la madre mataba al hijo y se lo comía, y el hermano al hermano. Andaban tan cebados en carne humana, que traían el rostro de color amarillo". También se vieron en  apuros  los españoles en la ciudad de Valdivia, y nuevamente va a hacer el cronista un elogio de quien estaba al mando, y al que ya conocemos: "En aquel lugar se alzaron asimismo los indios, y les hizo la guerra el licenciado Altamirano, dándoles gran castigo. Estos indios, por tener montes en sus territorios, no tuvieron tantas muertes como los de la ciudad Imperial, aunque sufrieron la misma peste que los demás. Altamirano, por el buen orden que tuvo en las cosas de guerra, adquirió fama de buen capitán, al que se le podrían encargar cosas grandes".

     También nos confirma que en las ciudades se cumplía lo que habían ordenado desde la Audiencia de Perú: "Estando la guerra de estas ciudades en ese punto, llegó la provisión de la Audiencia de Lima, de la que dependía entonces Chile, y, de inmediato, los alcaldes tomaron todas las cosas a su cargo. Sucedió algo entonces que, por ser llamativo, lo quiero escribir. Cuando se alzaron los indios de la ciudad de Valdivia tomaron a una mujer negra de un vecino llamado Esteban de Guevara. La llevaron a la ribera de un río, le echaban cántaros de agua encima y, con arena, la fregaban con toda aspereza, creyendo que el color que tenía no era natural. Cuando vieron que no podían quitarle el color, la mataron. Como gente cruel, la desollaron, y llevaban por todas partes la piel llena de paja. Todo lo dicho acaeció en las dichas ciudades el año 1556. Desde entonces, da gran lástima ver despoblados aquellos hermosos campos fértiles y fructíferos. Quiera Dios que, en su santísimo nombre y servicio, se pueblen de cristianos". Será oportuno señalar que Marmolejo expresó su lamento mientras escribía su crónica (hacia el año 1574).

     Los españoles de Las Indias, tanto los soldados como los civiles, nunca estaban de brazos cruzados. Además, recibían las oportunas órdenes de las autoridades para ponerse manos a la obra, y ahora parece que van a actuar con demasiado optimismo: "Los señores de la  Audiencia de Lima mandaron a los vecinos de la Concepción (arrasada por los indios) que poblasen  de nuevo aquella ciudad, y que las autoridades de la ciudad de Santiago les diesen todo el auxilio necesario. Para llevarlo a cabo, comenzaron a prepararse, y con ellos algunos soldados voluntarios, a los cuales los ayudaron con dinero, porque yendo más gente, más efecto tendría su trabajo. Los oficiales del Rey que residían en Santiago les prestaron ocho mil pesos, de manera que, con esta ayuda y con lo que ellos pudieron aportar, se juntaron setenta hombres bien preparados, y para mayor utilidad, llevaron un navío con las cosas pesadas de su servicio y de las provisiones".

 

     (Imagen) El clérigo AGUSTÍN DE CISNEROS recibió de forma rocambolesca la 'antorcha' de Gaspar de Orense, el conquistador a quien Villagra le encargó que le consiguiera en la Corte Española el título  de Gobernador de Chile. Su barco naufragó cerca de Arenas Gordas, zona playera de Sanlúcar de Barrameda. Según el cronista Marmolejo, desaparecido Gaspar, la documentación que llevaba se la entregaron a Cisneros unos mercaderes que la encontraron en la playa. Pero lo más probable es que la vieran previamente los funcionarios que allí tenía la Casa de Contratación de las Indias de Sevilla, se dieran cuenta de su importancia por ser Villagra aspirante a gobernador de Chile, y se la entregaran al clérigo por ser cuñado suyo. Agustín de Cisneros  era un hombre resolutivo, y se dirigió de inmediato a Londres para gestionarle a Villagra su petición ante Felipe II en persona (entonces casado con María Tudor). AGUSTÍN DE CISNEROS nació el año 1521 en Medina de Rioseco (Valladolid). Se licenció como letrado en la universidad de Salamanca y ejerció como vicario episcopal en la iglesia mayor de Talavera de la Reina. Curiosamente, ya pensaba ir a Chile en 1553, pero no obtuvo el permiso hasta el año 1559, lo que le permitió hacer el viaje con dos regalos muy especiales para Francisco de Villagra: llevaba Cisneros su nombramiento oficial como gobernador del país, y a su mujer, Cándida de Montesa (hermana del sacerdote), con la que, si los datos no fallan, se había casado en España antes de 1537, y no la había visto desde entonces. Agustín de Cisneros fue, para varios obispos de Chile, su hombre de confianza. Delegaron sucesivamente poderes en él los máximos dignatarios de las iglesias de Santiago de Chile, Valdivia y La Imperial, con especial cercanía al obispo de esta última, quien lo tuvo como vicario durante veinte años. Como se veía venir, también a él lo consagraron obispo, precisamente de La Imperial, el año 1587, donde falleció en 1596, y, al parecer, después de una vida ejemplar y de intensa dedicación al servicio de los fieles. A lo mejor fue su influencia espiritual la que convirtió a su cuñado, el gobernador de Chile Francisco de Villagra, en un hombre muy religioso, pues, según dicen, lo era durante la última época de su vida, falleciendo el año 1563 en la ciudad de Concepción, y siendo allí lo enterrado con hábito de franciscano, como él quería.





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