(1140) De momento, los españoles encontrarán a los indios de aquella zona
pacíficos y amables: "los españoles llegaron a Concepción y escogieron un
sitio donde hacer un fuerte, para lo que utilizaron unas casas de un vecino
llamado Diego Díaz, las repararon pronto, y allí residían todos juntos. Los
indios de la comarca les salieron a dar la paz y a servirles en todo lo que les
mandaban. En este tiempo, tras saber cuántos eran y la defensa que habían
preparado, los indios decidieron servirles aún mejor, para confiarlos. El
capitán que tenían los españoles era un hidalgo llamado Juan de Alvarado,
montañés, a quien Francisco de Villagra había dado un repartimiento de indios
en aquella ciudad. Iba, como capitán, solamente para las cosas de guerra, pues,
de acuerdo con la provisión de la Audiencia de Lima, eran los alcaldes quienes se
ocupaban de hacer justicia. Ocurrió que, yendo caminando un soldado pobre con
otro como él, se revolvieron contra un compañero importante y le dieron ciertas
lanzadas, de las cuales sanó pronto; con el primer ímpetu el uno de los
alcaldes llamado Francisco de Castañeda, prendió a uno de ellos, el más
culpable, y enseguida lo mandó ahorcar". (Las localidades tenían dos
alcaldes, y queda claro que, a los soldados, los acompañaban los dos que lo
iban a ser de Concepción en cuanto quedase repoblada).
Los indios seguían con una sonrisa de
oreja a oreja, pero no era de amistad: "El capitán Alvarado
después de establecerse allí, salió con quince hombres para considerar los
repartimientos que iba a dar. Los indios, todos conformes, vinieron a
Concepción a ver a sus amos y ponerse a su servicio, pero con la falsedad que tenían
preparada. Vuelto, pues, a Concepción la
víspera de Santa Lucía (12 de diciembre) del año 1556, se juntaron todos
los indios de guerra comarcanos. Fueron hacia la ciudad unos doce mil, y
prepararon un fuerte, desde el que pensaban defenderse de la siguiente manera:
cuando viniesen los españoles a atacarlos lanzarían unos garrotes a las caras
de los caballos, pues ellos eran toda la fuerza que los cristianos tenían, y dándoles
tanta lluvia de palos en las caras y cabezas, impedirían que llegasen hasta
ellos. Además, tenían tomados los caminos, y si los españoles se retiraban,
acabarían de matarlos en ellos porque eran pocos. Los cristianos, después de ver
la situación, no se ponían de acuerdo, y unos contradecían a otros, hasta que
se decidió atacar. Entonces fue el capitán Alvarado hacia los enemigos, y, al
empezar el enfrentamiento, los indios lanzaron una gran tempestad de garrotillos
que, dándoles en las cabezas a los caballos, los hacían retroceder. Luego salieron muchos indios con lanzas, y derribaron a cuatro
cristianos, siendo uno de ellos Pedro Gómez de las Montañas, buen soldado, y los
hicieron pedazos. Los cristianos de a pie pelearon frente a la empalizada,
y los indios que la estaban defendiendo para que no entrasen, hirieron a
Francisco Peña, valiente soldado, de dos lanzadas en la cara, y le hicieron
otras muchas heridas. Con los cuatro cristianos que habían matado, los indios cobraron
tanto ánimo, que salieron en tropel, y fueron empujando a los españoles hasta obligarlos
a refugiarse en su fuerte".
(Imagen) Vemos ahora a JUAN DE ALVARADO en
apuros frente a los mapuches, pero fue digno de la brillante saga de
conquistadores a la que pertenecía. Era sobrino de nuestro conocido mariscal
Alonso de Alvarado, que tanto destacó en Perú, aunque terminó sumido en la
depresión. Según Marmolejo, Juan era de la Montaña, y parece ser que nació (el
año 1524) en Colindres (Cantabria). Desde muy joven, estuvo peleando en las
guerras europeas hasta el año 1544. Marmolejo le da mucho mérito a Juan, pero afirma
que, en sus inicios chilenos, le pasó factura no conocer bien las marrullerías
de los mapuches. Llegado a Perú en 1546, luchó contra el rebelde Gonzalo
Pizarro bajo las órdenes del gran Pedro de la Gasca, hasta que lo derrotaron en
Jaquijaguana, y fue ejecutado (abril de 1548). Marchó después a Chile reclutado,
como alférez general, por Francisco de Villagra. Asistió a la fundación de Valdivia
y Villarrica. En aquel viaje que Pedro
de Valdivia utilizó para quitarse de encima la presencia entonces molesta de
Francisco de Villagra, fue con él Juan de Alvarado. Iban en busca de una salida
terrestre desde Chile hasta el Atlántico, y, como vimos, volvieron sin
lograrlo. Hacia el año 1556 se casó en Santiago de Chile con María de Collados,
hija de Diego Ortiz Nieto de Gaete (al que le dediqué una imagen), hermano de
Marina Ortiz de Gaete, la triste viuda de Pedro de Valdivia (todos ellos, menos
Juan, naturales de la comarca de La Serena-Badajoz). Tras ser arrasada
Concepción, y haber efectuado Pedro de Villagra un castigo durísimo contra los
indios (según hemos visto), Juan de Alvarado fue enviado en noviembre de 1556 a
repoblar la ciudad (veremos que fue herido y derrotado por los mapuches). El
año 1560, el nuevo gobernador, García Hurtado de Mendoza, hijo del virrey de
Perú, Andrés Hurtado de Mendoza (marqués de Cañete), tuvo el mal gesto de
quitarle sin justificación una encomienda de indios. Tras haber protestado
Juan, el gobernador recibió una carta ofensiva, sospechó que era de Juan (aunque
eran muchos los descontentos) y lo desterró. Entonces se trasladó a la ciudad
de Osorno, donde ejerció cargos políticos en el cabildo. Luego Francisco de
Villagra, nombrado nuevamente gobernador, le devolvió la encomienda arrebatada,
lo que confirma que la decisión de García Hurtado de Mendoza había sido injusta.
El año 1569, JUAN DE ALVARADO murió luchando contra los mapuches cerca de la
ciudad de Cañete (actualmente con 35.000 habitantes), cuyo nombre se había
puesto en honor del virrey de Perú.
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