(1133) Se diría que el cronista Marmolejo,
veterano conquistador, siente vergüenza por la poco airosa huida (cada uno solo
pensaba en salvarse) de los españoles ante la sangrienta persecución de los
araucanos, ya que, como contraste, saca a relucir la hazaña que, antes de la
desbandada general, protagonizó un soldado: "En aquella retirada, no había
amigo que favoreciese a otro. Y, por no dejar sin gloria a quien lo merece,
diré lo que acaeció a un soldado llamado Diego Cano, natural de Málaga. Cuando estaba
Villagra peleando en la cuesta antes de ser desbaratados, andaba un indio tan
desvergonzado y tan valiente, que, con su ánimo y determinación, causaba en los
suyos acrecentamiento de ánimo. Villagra, no pudiendo sufrir verlo, llamó a
este soldado Diego Cano y le dijo que alanceara a aquel indio. Diego Cano le
respondió: 'Señor general, vuesa merced me manda que pierda mi vida entre estos
indios, pero por la profesión que he hecho de buen soldado, me aventuraré a
perderla'. Puestos los ojos en el indio que andaba animando a los suyos, lo vio
un poco apartado de su escuadrón, y, demostrando sobre su caballo que era un
valiente soldado, fue a atacarlo. El indio se vio tan sorprendido y turbado,
que ni se dispuso a pelear ni a retirarse, dando la sensación de querer huir.
Diego Cano llegó hasta él, que iba ya hacia los suyos, que venían en su ayuda,
y Diego Cano, en medio de todos ellos, que lo defendían con muchas lanzas, le
dio una lanzada que le atravesó todo el cuerpo. Aunque Diego Cano resultó
herido, no murió porque llevaba el
cuerpo bien protegido".
Tras contar la anécdota (ocurrida poco
antes de la derrota), el cronista Marmolejo continúa hablando de la patética
retirada de los españoles: "Pues volviendo a Villagra, diré que llevaba a
su lado veinte hombres, y, viendo la desvergüenza que mostraban unos treinta
indios que los iban siguiendo por tierra llana, les mandó a los suyos que se
volvieran para alancearlos. Ninguno se atrevió a volver el rostro hacia ellos,
porque llevaban los caballos tan cansados, que solo servían para andar, y poco
a poco. Pero iba entre estos caballeros un soldado portugués, natural de la
isla de Madeira, con una yegua ligera, el cual se revolvió contra los indios, y,
con determinación de un valiente hombre, lanceó a dos de ellos, y los demás no
se atrevieron a seguir adelante. Gracias a este lance y a la buena suerte que tuvo
este soldado, escaparon de la muerte algunos de los españoles que allí iban
desanimados. Poco más adelante, hallaron indios al paso de un puente, y mataron
al capitán Maldonado sin que ningún amigo suyo lo socorriese, pudiéndolo hacer,
no siendo más de diez los indios que lo guardaban, pero actuaron como gente
vencida que solo se ocupa de salvar su propia vida. En aquella derrota, murieron
ochenta y seis soldados, y, entre ellos, gente principal que habían ayudado a
ganar y poblar todo el reino de Chile, muchos de los cuales eran hidalgos conocidos,
como el capitán Sancino, Hernando de Alvarado, Mogrovejo, Alonso de Zamora,
Alvar Martínez, Diego de Vega, el capitán Maldonado, Francisco Garcés y otros
que dejo de mencionar por no ser prolijo".
(Imagen) La muerte de Pedro de Valdivia
fue un terremoto para los españoles de Chile. En medio de un vacío inmenso, la
amenaza de los implacables mapuches creció de repente. Hubo que tomar
decisiones precipitadas, que trajeron enfrentamientos entre los candidatos al
puesto. Francisco de Villagra, por ser el primero que se enteró del trágico
final de Valdivia, jugó con ventaja, y, en algunas ciudades lo admitieron como
'heredero'. Pero su gran rival, Francisco de Aguirre, no se iba a conformar. La
primera 'mano' de la partida la ganó Villagra en la ciudad de Valdivia. Quien
lo reconoció como gobernador (provisional) fue el que más mandaba allí,
CRISTÓBAL DE QUIÑONES, y los vecinos lo aceptaron. Aunque Cristóbal fue
importante en las Indias, hay pocos datos sobre él, pero interesantes. Era un
multiusos: conquistador, escribano en Potosí, jurista y hasta, como dice
Marmolejo, hombre de negocios. Cristóbal de Quiñones nació en León. Luego
veremos que tuvo que ser, como más tarde, hacia el año 1510. Solo se habla de
él en relación a sus andanzas por Chile, donde, entre otras cosas, parece
seguro que acompañaba a Pedro de Valdivia cuando fundó la ciudad a la que le
puso su mismo nombre. Hay en los archivos de PARES un documento muy poco
conocido (el de la imagen) que revela una historia curiosa. Es del año 1541, y
en él se ve que María Arias, mujer de
Santos de Saavedra, presentaba una querella en el Consejo de Indias contra Juan
de San Martín, Juan de Céspedes, CRISTÓBAL DE QUIÑONES y otras
personas acusándolos de la muerte de su marido. La cosa suena fuerte, pero, por
pura casualidad, he visto una referencia a lo que ocurrió. Fue lo siguiente:
García de Lerma, Gobernador de Santa Marta (en Colombia), había organizado en
1531 una expedición para impedir la deserción de sus soldados, deseosos de irse
a Perú. Nombró teniente suyo al clérigo Viana, maestre de campo a Cristóbal
Quiñones, caudillos de la tropa a los capitanes San Martín y Céspedes, y, a
Santos de Saavedra, jefe de la cuadrilla de azadoneros. A los ocho días murió
el clérigo, el cual expresó en el testamento su voluntad de que asumieran su
cargo San Martín y Céspedes. Pero Santos de Saavedra, que tenía la misma
ambición, intentó amotinar a la gente. San Martín y Céspedes lo sometieron a
juicio, Quiñones lo condenó a muerte, y fue ejecutado. Es de suponer que la
viuda no conseguiría su propósito, ya que parece bastante claro que el
desarrollo de los hechos estuvo ajustado a las leyes militares.
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