martes, 10 de septiembre de 2019

(Día 932) Perálvarez y Tordoya se mostraron molestos por algún recorte en su autoridad, a diferencia de Garcilaso de la Vega, mucho menos puntilloso. Le recibieron con todos los honores a Vaca de Castro en Lima.


     (522) Terminada la fiesta, Vaca de Castro le dio al licenciado León el cargo de Alcalde Mayor de la tropa, lo que suponía una pequeña merma de autoridad en el puesto de Maese de Campo que le había concedido a Perálvarez Holguín, porque, aunque quedaba intacta su autoridad militar, no podría impartir justicia. El puntilloso Perálvarez dio otro pasito de protesta, que, sumado a alguno precedente y a otros muchos posteriores, acabará con la paciencia de Vaca de Castro. Esta vez, para contentar a Holguín, aunque sin quitarle su puesto al licenciado León, le amplió el número de soldados bajo sus órdenes, diciéndole, además, “que él quería que, en su cargo, nadie mandase más que él”.
     De momento, problema solucionado, pero hubo alguien también molesto, lo que, al parecer, es frecuente entre militares profesionales: “De esta manera, no pasaron más cosas entre el Gobernador y su gente, pero el Capitán Gómez de Tordoya, que tenía enemistad con Perálvarez, a pesar de que le fue dada una compañía de gente de a caballo (le pareció poco), no  quiso usar el cargo, sino ser soldado y entrar privadamente en la batalla. Y, por ser amigo y pariente del Capitán Garcilaso de la Vega, le animaba a que tuviese el mismo deseo que él. Garcilaso, queriendo ver el reino en paz e servir a Su Majestad, solo quiso hacer, con toda lealtad, lo que le fuese mandado por el Gobernador”.
     Tranquilizadas las cosas, decidieron de inmediato imponer su autoridad en varios sitios, y lo antes posible. Les pareció a todos urgente ir a ganarse la confianza de los vecinos de Jauja, y hacia allá enviaron gente bajo el mando del Capitán Diego de Rojas. Un grupo volvería a Lima con Vaca de Castro para reclutar gente y proveerse de dinero con el que cubrir los gastos militares. A Pesansúrez le encargaron que fuera a la ciudad de San Miguel (la primera que se fundó, situada cerca de la costa ecuatoriana), “e prendiese a un tal Santiago, hombre muy rico, secuestrándole los bienes y tomándole sus dineros porque se había mostrado amigo de Don Diego, retornando luego por el camino marítimo a Lima”. A Perálvarez y a Alonso de Alvarado, les ordenó Vaca de Castro que se situasen con sus tropas en Jauja, y le esperasen allí hasta que él volviera de Lima. Él también se puso en marcha, y, como era habitual, mandó por delante mensajeros para avisar a los  vecinos de su llegada: “Como todos los que estaban en la Ciudad de los Reyes  eran amigos del Marqués Pizarro, holgáronse mucho de saber que venía, e le hicieron un gran recibimiento”.
     Cieza da algunos nombres de las autoridades que le acogieron con entusiasmo: “El licenciado Benito Suárez de Carvajal, que allí estaba, salió a recibirlo, y lo mismo el factor Illán Suárez de Carvajal, su hermano, y el Capitán Diego de Agüero, e Alonso de Riquelme, Tesorero, e Jerónimo de Aliaga, el Teniente de Gobernador, e los Regidores, y, con ellos, el gobernador Barrionuevo. El Factor, en nombre de todos, le dijo que fuese tan bienvenido como lo fue el Gran Capitán en Italia, e que todos los caballeros de aquella ciudad harían lo que conviniese al servicio de su Majestad. Vaca de Castro lo agradeció y mostró holgarse con lo que el Factor le dijo”.

     (Imagen) Según dije, hay varias opiniones sobre por qué Manco Inca acogió a los almagristas huidos tras su derrota en la batalla de Chupas. Como son contradictorias, las dejaré de lado, pero es posible que Manco los viera como aliados suyos contra los españoles fieles al Rey. Lo cierto es que estuvieron unos tres años bajo la protección del rebelde inca, y que aquello no podía acabar bien. Oigamos lo que Titu Cusi Yupanqui cuenta  en su crónica (la de la imagen): “Después de estar estos españoles  algunos años en compañía de mi padre, estaban un día jugando al herrón, solos mi padre, ellos y yo (tendría unos diez años), y, entonces, descargaron todos sobre él, con puñales, cuchillos y algunas espadas, y mi padre, como se sintió herido, con la rabia de la muerte procuraba defenderse. Mas, como estaba él solo y ellos eran siete, y mi padre no tenía ninguna arma, al fin le derrocaron al suelo con muchas heridas, y le dejaron por muerto. Como yo era pequeño y vi tratar a mi padre de esa manera, quise ir a guarecerle, pero volviéronse contra mí muy enojados, arrojándome un golpe de lanza, que faltó poco para que me mataran a mí también. Espantado de aquello, hui por unos montes abajo. Luego unos indios que llegaron con el capitán Rimache Yupanqui apresaron a los españoles para hacer sacrificio con ellos. A todos los cuales dieron muy crudas muertes, y a algunos quemaron, y aún después de esto vivió el dicho mi padre tres días”. En las crónicas, se suele dar el principal protagonismo del ataque a Diego Méndez y a Gómez Pérez. Le sucedió a Manco Inca en el poder imperial su hijo Titu Cusi, y, a la muerte de este, su hermanastro, el mítico Tupac Amaru, a quien el año 1570 ejecutó el gran virrey Francisco de Toledo, logrando así poner fin a la rebeldía inca. 



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