lunes, 9 de septiembre de 2019

(Día 931) Muchos se alegraron de la muerte de García de Alvarado. Cieza ve la mano de Dios en los castigos que van sufriendo los almagristas, entre otras cosas, por haber matado a Pizarro.


     (521) Cieza no muestra ninguna piedad por el difunto: “La muerte de Alvarado trajo gran regocijo a la mayoría de los almagristas, porque, por su demasiada presunción e soberbia, le querían mal, y al fin vino a morir una muerte conforme a la vida que vivió, y pagó haber tomado parte en la muerte del Marqués, y por sus robos y crueldades que hizo y muerte que dio a Sotelo. Y, sobre todo, porque, a costa del mozo Don Diego y de los demás, quería conseguir fama e gozar del perdón. Era García de Alvarado caballero de veintinueve años, de hermoso aspecto y de cuerpo bien dispuesto, ambicioso, soberbio, de gran presunción e muy vano, valiente y muy animoso,  amigo de gente soez y apegado a sus consejos”.
     Cieza, que vivió aquello tan de cerca, conociendo incluso a muchos de sus protagonistas, se lamenta una y otra vez por la fatalidad y la violencia con que se desarrollaron las guerras civiles. Ahora carga contra la ceguera de los almagristas, que, como siempre, achaca a la justicia divina: “Bien parece que Nuestro Señor quiso que las exequias del Marqués Pizarro fuesen celebradas con la sangre de los principales culpables de su muerte y de tan grande atrocidad como fue la que hicieron. Mirando las muertes tan desastradas de Francisco de Chávez, Juan de Rada, Cristóbal Sotelo e García de Alvarado, que eran las cabezas principales de los almagristas, me asombro de que los promovedores de sediciones y tiranos que se han alzado (después) no hayan tomado a estos como ejemplo, para alejar de sí cosa tan inicua e fea como es usurpar el reino a su señor natural; pero la gente del Perú no sabe escarmentar en cabeza ajena”. A pesar de su admiración por Cristóbal de Sotelo, también lo incluye en el lote de los justamente castigados. Cieza sabe muy bien, y así lo dijo, que Sotelo lamentó el asesinato de Pizarro, pero por considerarlo prematuro, ya que convenía esperar a ver qué decisiones iba a tomar el gobernador Vaca de Castro. Por otra parte, tiene razón al juzgarlo como rebelde, puesto que luchaba para que Diego de Almagro el Mozo se apoderara de la gobernación de Perú. Digamos que fue un rebelde por comprensible y loable fidelidad a los que siempre fueron los suyos, los almagristas. Atrapado, pues, por el destino con la fatalidad de las tragedias griegas.
     Cieza nos va a mostrar a continuación los incesantes movimientos estratégicos de los dos bandos, sin que faltaran incidentes internos en cada uno de ellos. Vaca de Castro, que estaba asentado, como vimos, en Huaraz, después de haber organizado la estructura jerárquica de sus tropas, les dio a todos un pequeño respiro celebrando una breve fiesta: “Les dijo a sus capitanes que se regocijasen y alegrasen, pues la merced que les había hecho Dios al juntarlos a todos había sido muy grande. Oído lo cual por ellos, ordenaron juegos de cañas y sortija, y el Gobernador los convidó a su aposento”.

     (Imagen) Nos queda por comentar el destino de otros dos conspiradores del grupo de ‘Caballeros de la Capa’. Sabían perfectamente que, tras la batalla de Chupas, iban a ser condenados a muerte por organizar el asesinato de Pizarro. Se trata de DIEGO MÉNDEZ y de GÓMEZ PÉREZ, el primero, con gran protagonismo en las guerras civiles, y, además, hermano del magnífico y trágico capitán almagrista Rodrigo Orgóñez. (Comenté hace poco que, por fin, pude diferenciarlo de otro Diego Méndez bastante más joven). Sin embargo, el segundo, Gómez Pérez, dejó poco rastro en las Indias, salvo en dos hechos fundamentales que compartió con Diego: las muertes de Pizarro y del rebelde dirigente indígena Manco Inca. Cuando él y Diego Méndez huyeron tras la derrota de Chupas, acompañados de otros cinco almagristas, solo vieron como posible salvación buscar el amparo de Manco Inca, que se había refugiado con sus indios en los Andes. El gran cacique les recibió bien. Hay varias versiones contradictorias sobre las razones de esa buena acogida y de lo que pasó después. Está comprobado que permanecieron en el lugar varios años, que los españoles mataron a Manco Inca (en la imagen, que es del siglo XVI, solo aparece Diego Méndez, pero también intervino Gómez Pérez), y que luego fueron todos masacrados por sus indios. A Manco Inca le sucedió en el poder su hijo, el cristianizado Titu Cusi Yupanqui, y contó los hechos, de forma muy creíble, en una crónica. Cuando ocurrió, Manco Inca y los españoles estaban jugando al ‘herrón’ (cuya habilidad consiste en lanzar una herradura y encajarla en un clavo fijo). Es evidente que Titu Cusi siempre narra dejando en buen lugar a los incas, pero todo indica que, en este caso, revela básicamente la verdad. Dejaremos que, en la próxima imagen, nos explique con más detalle la tragedia.




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