(517) Así las cosas, el interior de Diego de Almagro el Mozo hervía de
rabia viendo que se tomaba a broma su autoridad como Gobernador. Era evidente
que García de Alvarado trataba de quitarle el puesto. Va a ser la ocasión para
dejar claro que, a pesar de su juventud, conseguirá tomar, tras varios rodeos,
las riendas de aquel caballo que se le iba desbocando: “Don Diego, que estaba
bravamente resentido por la desvergüenza de García de Alvarado, pensaba de qué
modo podría satisfacer su voluntad, para que ninguno, visto el ejemplo de
Alvarado, quisiese intentar otra traición como la que él había hecho”.
El primer paso que dio no fue muy acertado, y resulta sorprendente
(Cieza se asombra), porque va a confiar demasiado en alguien que no daba la
talla: “Llamando a consulta a los Capitanes e soldados viejos que tenían entera
confianza en él, por haber seguido las banderas de su padre, fue nombrado
Capitán General, con el parecer de todos
ellos, Juan Balsa, hombre indigno de que se le diese tal cargo, y la compañía
de Cristóbal Sotelo fue encargada a Diego Méndez, porque se supo que tenía
enemistad con García de Alvarado”.
Todo se enredará de manera funesta, aunque el temor a un ataque de los
pizarristas paralizó, de momento, el conflicto personal. Por consejo de sus
hombres fieles, Diego de Almagro decidió enfriar el asunto: “Hubo mediadores de
paz entre él y García de Alvarado, quien le pidió que le hiciese su Capitán
General, y le diese poder para gobernar en su nombre el campo. Don Diego, como
deseaba castigar a Alvarado e viese que no podía por otra vía, acordó nombrarle
su General, y les dijo a Juan Balsa y a otros que lo haría, con cautela y
astucia, para matarlo”.
Pero no se fiaban el uno del otro, y García de Alvarado estaba dispuesto
a apostar aún más fuerte: “Don Diego le mandó una provisión por la que le
nombraba General y Teniente de Gobernador. Cuando se la llevaron, al ver que no
le daba poder para quitar e poner capitanes, la rasgó diciendo palabras feas
contra Don Diego”. Y no paró ahí la cosa: “Como había oído decir que Juan Balsa
había sido nombrado General, Alvarado imaginó que procuraba que Don Diego no le
concediese todo el poder que él pedía. Y, por esto, habló con algunos amigos
suyos para que estuviesen preparados para matar a Juan Balsa, porque él pensaba
llamarlo para que le diesen puñaladas, y ellos respondieron que cumplirían su
mandato”.
García de Alvarado puso en marcha de su plan, pero, una vez más, los
nubarrones pasarán, de momento, de largo. Le envió un mensajero a Juan Balsa rogándole
que fuese a su posada porque quería hablar con él. Aun sabiendo que corría un
riesgo, Balsa decidió presentarse y lograr, con palabras amables, convencerlo de
que saliese de donde estaba, con el fin de que el Mozo lo pudiera matar. Cuando
llegó, García de Alvarado le expuso las quejas previsibles, afirmando que había
sido injustamente tratado, y privado del poder que merecía por su historial al
servicio de Don Diego de Almagro. Y terminó diciéndole: “Si Don Diego me
enviase la provisión con todos los poderes que yo pido, me tendrá tan a su
servicio como lo he estado desde que el viejo Marqués (también Almagro tuvo
el título) fue asesinado”.
(Imagen) Entre los capitanes que le aconsejaban prudencia a Diego de
Almagro el Mozo para que esperara el momento oportuno de matar a García de
Alvarado, estaba el madrileño FELIPE GUTIÉRREZ Y TOLEDO. Hablé de él en dos
imágenes anteriores. Había llegado a Perú desde la zona de Veragua
(Centroamérica) tras haber fracasado allí en la gobernación que tenía
concedida. En las cartas que le envió al Rey, le vimos muy prudente y
negociador en su deseo de solucionar el conflicto entre Pizarro y Almagro, pero
también ambicioso. Habrá que decir algo de su parte oscura. Es evidente que su
intención de permanecer equidistante entre Pizarro y Almagro no la mantuvo, ya
que aparece ahora incorporado en el ejército de Diego de Almagro el Mozo, a
pesar de la brutalidad con la que acababan de asesinar sus hombres a Francisco
Pizarro. También es posible que él se hiciera almagrista como consecuencia de
otra brutalidad: la indigna ejecución de Diego de Almagro el Viejo. Pero él
mismo, como jefe de la campaña de Veragua, tuvo un comportamiento excesivamente
duro, aunque la desesperación y los sufrimientos de aquella fracasada aventura
pudieran mitigar algo su culpa. Sufrieron duros ataques de los indios, un
contagio de peste y un hambre atroz, pese a lo cual Gutiérrez les vendía a sus
hombres víveres a precios abusivos. Era tal el calvario de sus carencias, que
unos desgraciados soldados comieron carne humana, no solo de indios muertos,
sino también de españoles, y el castigo de Gutiérrez fue inhumano: ordenó
quemar a dos soldados y marcar a otros dos con un hierro candente,
convirtiéndolos en esclavos. Pudo salir de aquel infierno en una nave, pero
dejando abandonada a su suerte a una parte de su tropa. Muerto Almagro el Mozo,
partió con una expedición pizarrista a la zona de Tucumán, pero, a su vuelta,
fue ejecutado el año 1544 por orden de Gonzalo Pizarro, quien se tomó como una
traición que no quisiera secundarle en su rebelión contra el Rey.
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