viernes, 18 de septiembre de 2015

(1) -Buenas noches, Félix. Soy Sancho Ortiz de Matienzo. No te asustes. Has escrito mi biografía, la de un hombre que lleva 490 años muerto, y eso tiene el mismo riesgo que juguetear con la güija. Me has “convocado” y me voy a colar en tu vida durante una temporada. Podrás hablar conmigo, como Hamlet con su padre, al filo de las doce de la noche. Pero tendremos conversaciones amables, porque yo he cambiado mucho, me he convertido en un ectoplasma amable, comprensivo y tolerante. Lo entenderás si te digo que, los que aquí estamos, lo sabemos todo del pasado. Y todo es TODO. Así que el resultado lógico de esta situación es llegar en poco tiempo a liberarse de  los prejuicios y  mirar con ojos compasivos al desamparado ser humano. Aunque te advierto que también hay con nosotros algunos que no han cambiado en absoluto y siguen consumidos por el odio. Tienes suerte de no haber escrito la biografía de Hitler. Te odia a muerte desde que le retrataste al óleo como un payaso disfrazado de Papa nazi.
     -Buenas noches, Sancho. Me embarga la emoción. Quiero aclararte que la caricatura de Hitler no significa una crítica a la Iglesia, sino al espanto del poder totalitario e inhumano, aunque no me desagrada la carambola de que también sirva para “atizar” a los impresentables jerarcas eclesiásticos que han pululado a lo largo de la Historia.
     -Está bien que lo comentes para que no se interprete mal. Los que estamos aquí también vemos todo el presente. Y, como dije, todo es TODO. Veo hasta el último de tus pensamientos y de tus sentimientos. Es nuestro mayor placer. No sabes cuánto nos reímos. Incluso contemplamos simultáneamente todas las actividades sexuales que se llevan a cabo, hasta en sus más mínimos detalles. Pero no te equivoques. No tiene nada de excitante; más bien nos produce risa. No olvides que somos ectoplasmas, fantasmas ensabanados, puro espíritu. Asistimos a un infinito reality show. Pero hay un detalle importante: desconocemos por completo el futuro; no sé si mañana te va a pillar un coche.
     -¿Qué quieres de mí?
     -Simplemente ser tu amigo. Comentar contigo lo que has escrito en tu libro, y de paso, otras muchas de las peripecias de vividas en Indias por aquellos maravillosos locos que pasaron por “mi” Casa de la Contratación de Sevilla. Me duele que desveles muchos secretos de mi vida y de la de mi familia. Pero es lo que tenías que hacer. Tendremos largas conversaciones. Ahora, como te he dicho, estoy empapado de serena sabiduría. En vida, te habría juzgado inquisitorialmente, y, no lo dudes, terminarías achicharrado. Pero no te imaginas lo que es estar 490 años viendo la evolución del mundo paso a paso. Con quien más hablo a diario es con Buda. Sólo algunos locos rematados siguen aquí igual de brutales que cuando murieron. Y, aunque eres  ya un jubilado, si bien jubiloso, llegado a esa etapa en la que uno está con un pie en el estribo, ten en cuenta que mi edad supera los 500 años;  así que, más que en amigo, te convierto en mi hijo.
     -O sea, otro bastardo.
     -No te pongas zumbón. Ya sabes que a estas alturas solamente puedo tener hijos espirituales.
     -Te agradezco vivamente ese afecto.

     -Y lo rubrico como lo hacía Colón al terminar las cartas que le escribía a su hijo Diego: “Se despide de ti tu padre que te quiere más que a su vida”. 

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