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-Buenas noches, Félix. Soy Sancho Ortiz de Matienzo. No te asustes. Has escrito
mi biografía, la de un hombre que lleva 490 años muerto, y eso tiene el mismo
riesgo que juguetear con la güija. Me has “convocado” y me voy a colar en tu
vida durante una temporada. Podrás hablar conmigo, como Hamlet con su padre, al
filo de las doce de la noche. Pero tendremos conversaciones amables, porque yo
he cambiado mucho, me he convertido en un ectoplasma amable, comprensivo y
tolerante. Lo entenderás si te digo que, los que aquí estamos, lo sabemos todo
del pasado. Y todo es TODO. Así que el resultado lógico de esta situación es
llegar en poco tiempo a liberarse de los
prejuicios y mirar con ojos compasivos
al desamparado ser humano. Aunque te advierto que también hay con nosotros
algunos que no han cambiado en absoluto y siguen consumidos por el odio. Tienes
suerte de no haber escrito la biografía de Hitler. Te odia a muerte desde que
le retrataste al óleo como un payaso disfrazado de Papa nazi.
-Buenas noches, Sancho. Me embarga la
emoción. Quiero aclararte que la caricatura de Hitler no significa una crítica
a la Iglesia, sino al espanto del poder totalitario e inhumano, aunque no me
desagrada la carambola de que también sirva para “atizar” a los impresentables
jerarcas eclesiásticos que han pululado a lo largo de la Historia.
-Está bien que lo comentes para que no se
interprete mal. Los que estamos aquí también vemos todo el presente. Y, como
dije, todo es TODO. Veo hasta el último de tus pensamientos y de tus
sentimientos. Es nuestro mayor placer. No sabes cuánto nos reímos. Incluso
contemplamos simultáneamente todas las actividades sexuales que se llevan a
cabo, hasta en sus más mínimos detalles. Pero no te equivoques. No tiene nada
de excitante; más bien nos produce risa. No olvides que somos ectoplasmas,
fantasmas ensabanados, puro espíritu. Asistimos a un infinito reality show.
Pero hay un detalle importante: desconocemos por completo el futuro; no sé si
mañana te va a pillar un coche.
-¿Qué quieres de mí?
-Simplemente ser tu amigo. Comentar
contigo lo que has escrito en tu libro, y de paso, otras muchas de las
peripecias de vividas en Indias por aquellos maravillosos locos que pasaron por
“mi” Casa de la Contratación de Sevilla. Me duele que desveles muchos secretos
de mi vida y de la de mi familia. Pero es lo que tenías que hacer. Tendremos
largas conversaciones. Ahora, como te he dicho, estoy empapado de serena
sabiduría. En vida, te habría juzgado inquisitorialmente, y, no lo dudes, terminarías
achicharrado. Pero no te imaginas lo que es estar 490 años viendo la evolución
del mundo paso a paso. Con quien más hablo a diario es con Buda. Sólo algunos
locos rematados siguen aquí igual de brutales que cuando murieron. Y, aunque
eres ya un jubilado, si bien jubiloso,
llegado a esa etapa en la que uno está con un pie en el estribo, ten en cuenta
que mi edad supera los 500 años; así
que, más que en amigo, te convierto en mi hijo.
-O sea, otro bastardo.
-No te pongas zumbón. Ya sabes que a estas
alturas solamente puedo tener hijos espirituales.
-Te agradezco vivamente ese afecto.
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